Desde la perspectiva que dan 35 años de docencia repartidos entre EGB, FP y Bachillerato, unidos a casi cuatro años de jubilación me gustaría que la Administración educativa reconsiderara las funciones y objetivos que debe tener el Servicio de Inspección.

Siempre he considerado al Servicio de Inspección una pieza fundamental del Sistema Educativo. Fundamental -como referencia necesaria e imprescindible- en la supervisión legislativa vigente en los centros y fundamental para ayudar, asesorar y prevenir a equipos directivos y profesorado en general.

Cuando empecé en la pública, allá por 1980, la Inspección en Bachillerato se organizaba por disciplinas y gozaba de gran prestigio. Como botón de muestra, se publicaron unos excelentes documentos de trabajo, elaborados por la Inspección y patrocinados por el M.E.C. Entre ellos se pueden encontrar exhaustivos estudios sobre 'La conexión de niveles EGB - Bachillerato'(1980), 'Las Ciencias Experimentales en el Bachillerato' (1983) o las 'Necesidades de Perfeccionamiento del Profesorado' (1981). De la Primaria de entonces recuerdo por mi madre el tremendo respeto -a mi entender excesivo- que se tenía hacia la figura del Inspector/a y el enorme interés que estos manifestaban por la marcha de las clases. Creo que, de cada visita, el docente estaba obligado a levantar el acta correspondiente que el inspector firmaba en la siguiente visita. La comunicación era generalmente buena, aunque la distancia entre ellos evidenciaba la jerarquía con rotunda claridad.

Con el tiempo, la Inspección dejó el asunto de las materias y su trabajo se fue focalizando en la organización y funcionamiento de los centros. Todos recordamos los tiempos en los que el inspector de turno era el responsable del cupo de profesores o de la revisión de documentos de importancia, tales como la memoria informativa, planes de centro, ROF, etc... Algo esencial para el buen desarrollo de la actividad escolar. Es evidente que esto implicaba conocer bien el centro, su forma de trabajar, sus dificultades, sus instalaciones, sus equipos directivos-.Fue por entonces cuando empezó a ganar terreno el trabajo burocrático sobre el académico. Es innegable que la organización y el funcionamiento de un centro son piezas clave para mejorar las enseñanzas que se imparten, pero cuando la Delegación pone el acento en el cumplimiento de la norma y en el control de documentos se desencadena un terremoto burocrático que impacta de lleno en equipos directivos y profesorado. Lo importante es tener bien cumplimentados todos los papeles. La mejora de la práctica docente pasa a segundo término en medio de la quemazón del personal. Esta excesiva burocratización desnaturaliza el trabajo en las escuelas e IES y desmotiva a muchos docentes que ven como no pueden dedicarse a lo que más les gusta: preparar bien sus clases y mejorar su puesta en práctica.

En la actualidad, con la generalización de las nuevas tecnologías y nuevas leyes parece que el Servicio de Inspección Educativa se ha burocratizado bastante más y las tareas de ayuda, asesoramiento y previsión de dificultades de todo tipo en los centros dejan bastante que desear. Inspectores e Inspectoras, prácticamente todos provenientes de la docencia, se encargan esencialmente de la revisión y aplicación pura y dura de normas, dejando a docentes y equipos directivos huérfanos de buenas sugerencias y orientaciones que faciliten su ya ardua labor.

Esto no es una crítica hacia el trabajo personal de nadie. Sí pretendo poner de manifiesto lo absurdo del actual modelo y el colosal desperdicio de tiempo y energías, ya que los centros necesitan el apoyo de la Inspección, las visitas de la Inspección para conocer lo bueno y lo malo, las posibles soluciones de la Inspección a dificultades que se presenten y, por supuesto, el control administrativo de la Inspección como el servicio público que la educación es.

El modelo de Inspección que propongo debería de estar basado en el respeto, la confianza, el trabajo en equipo, cierto grado de complicidad, comprensión ante situaciones complejas, proximidad a la realidad del aula, decisiones compartidas y tirón de orejas si las cosas se hacen mal. Al fin y al cabo Inspección y Profesorado deben de remar en la misma dirección, o ¿no?. Distanciar el Servicio de Inspección de los centros, de las aulas, de los problemas cotidianos y centrarse en aspectos burocráticos de manera casi exclusiva es, en mi opinión, un gran error y se hace un flaco favor a la Escuela como institución.

Poner el acento en la burocracia es fácil, pero desanima y desilusiona a los auténticos docentes que colocan toda su energía en sus alumnos, en los problemas de cada día y en cómo pueden superarlos. Se corre el riesgo de que los mejores abandonen o se aburran al no coincidir para nada las prioridades de unos (docentes) con las de los otros (Consejería, Delegación, Inspección). Los papeles pueden estar perfectos pero lo importante siempre es lo que está ocurriendo en el interior del aula y en el interior de los docentes--y eso parece importar cada día menos.

En definitiva se trataría de que la Consejería humanizara legalmente las relaciones que necesariamente tienen que darse entre Inspección y profesorado.