H ablaba con mis nietos y les decía: ¡qué mayores estáis! De la noche a la mañana habéis despertado a la adolescencia y en este despertar os van creciendo interrogantes y ámbitos nuevos de comunicación, siendo los amigos lo más importante y casi no podéis pasar sin ellos.

Por mi parte, quiero estar más cerca de ellos que nunca y quiero que esta cercanía sea positiva para transmitirles lo mejor que sepa de lo mucho aprendido en ya mi largo caminar.

¿Y de qué quieres hablarnos, abuela? -me decía un día mi nieto mayor-. De valores -le contesté-. ¡Ah, de la moda; los maestros también hablan de eso! Una triste sonrisa me brotó del alma.

Los valores no son palabras -le expliqué- no son cosas que se compran ni se venden, sino convicciones, actitudes, modos, costumbres, prácticas, creencias que nos sirven a nosotros y sirven a los demás. Por ejemplo, la educación es un valor porque con educación nos comportamos correctamente con todo el mundo o lo que es igual, saber estar a la altura de cada circunstancia sin perder las formas.

Otro valor muy importante es el respeto. Hay que saber escuchar las opiniones que no compartamos y respetarlas, no agrediendo sino aceptando que somos diferentes y que la verdad está repartida y reconocida según las costumbres, la educación, etcétera.

La solidaridad con los diferentes, sobre todo, la empatía, etcétera, son valores que hay que tratar de adquirir y llevar a la práctica. ¡Ah! -exclamó mi nieto-. !No lo sabía! Creo que padres y maestros deberíamos hablar menos y dar mejores ejemplos.

¿Acaso no son copias nuestras? ¿Acaso los ejemplos que ven en algunos medios se parecen en algo a valores?