Que existe cambio climático ya nadie lo pone en duda. Los científicos nos aportan pruebas de ello cada día: cambios en el patrón de lluvias, desaparición del hielo de los polos y de las grandes cumbres, mayor frecuencia del fenómeno de El Niño ...

Este cambio climático se debe a un calentamiento global del planeta, causado por la liberación de gases de efecto invernadero, sobre todo dióxido de carbono. La superficie terrestre absorbe radiación solar, y luego, libera calor. El dióxido de carbono, cada vez en mayor concentración en la atmósfera a consecuencia de la industrialización y de la progresiva deforestación del planeta, impide la salida de ese calor, provocando el aumento de la temperatura global.

La mayor parte de la comunidad científica piensa que existe relación entre el cambio climático y el poder destructivo de los huracanes. En el Atlántico Norte, los huracanes son fenómenos meteorológicos habituales en el periodo comprendido entre el 1 de junio y el 30 de noviembre de cada año. Sin embargo, la mayor frecuencia y furia de éstos en los últimos años coincide con un aumento significativo de la temperatura de las aguas oceánicas, a consecuencia del calentamiento global del planeta. Esa mayor temperatura del agua marina, combustible natural de los huracanes, aumenta su energía, lo que multiplica su poder devastador sobre los ecosistemas y sobre las poblaciones humanas.

Una minoría de científicos prefiere no arriesgarse a asegurar la relación entre cambio climático y energía de los huracanes. Apuntan que habrá que seguir investigando y, de momento, achacan la mayor virulencia de estos fenómenos en los últimos años a un ciclo natural. Los datos registrados en los últimos 200 años señalan la existencia de ciclos alternativos, de unos 30 años de duración, con un número superior e inferior de huracanes que el promedio anual. En un caso o en otro, se augura una mayor cantidad y más poder destructivo de los huracanes en los próximos años.