El ignorante moderno no escapa a la influencia de su época, y defiende su ignorancia con razonamientos. Es un ignorante, ante todo, sistemático. (Prevost)

No precisamente con razonamientos sino con una canción representó a España una pequeña de nueve años que, con cierto desparpajo defendía: Antes muerta que sencilla. Por supuesto la ignorancia de la niña, hoy por hoy, la salva, pero ¿qué pensar de los autores de dicho estribillo? Muy consecuentes con el tipo de sociedad que creamos y abonamos donde lo sencillo ha dejado de ser valor, en su gran ignorancia, evocan actitudes que, con frecuencia vemos constantemente a nuestro alrededor, actitudes y valores que están de moda: Tener muchas cosas, ser extravagantes, agredir al otro con nuestro sorprendente exceso de todo, la muerte antes que la sencillez. Con frecuencia oímos hablar de mensajes subliminales, de aquellos que se transmiten justo por debajo del umbral de la conciencia y que, si bien escapan al oído, a los ojos, a los sentidos extremos, penetran en el subconsciente profundo del oyente o vidente, pero que el autor de dicho mensaje es perfectamente consciente del objetivo que quiere alcanzar. Y nuestros niños y niñas repiten en cantinela incesante: Antes muerta que sencilla.

Y yo quiero reivindicar, una vez más, la sencillez como valor, y lo hago en palabras de Ortega y Gásset: "Ne quid nimis", nada de sobra. Todo lo que es adorno, todo lo que se puede suprimir sin que lo esencial se resienta, es contrario a la permanencia de la belleza. Por eso mi reflexión, que traslado a educadores en general: Antes muerta que sencilla en boca, en canción de nuestros niños me provoca espanto por el desprecio que conlleva al sublime valor de la sencillez. No, mejor optar por el difícil trabajo de eliminar lo superfluo porque el conseguirlo, no sólo se llama sencillez, sino sobre todo, sabiduría.