Un hombre se encuentra sentado en la mesa del salón, usada como improvisado escritorio. Las ecuaciones le acompañan. Una mirada inocente le observa con cariño, y un orgullo se engrandece al descubrir como aquel hombre resuelve los problemas que él mismo inventa.

Se trata de Florencio Pintado, aún vivo entonces, haciendo de las ecuaciones un juego en el recuerdo de uno de sus diez hijos.

Cuando el cariño es inmenso, ni siquiera el tiempo es capaz de destruirlo, perdura en el recuerdo de una vida que, según palabras de Florencio Pintado, «era una broma de mal gusto» a la que él decidió llevar la contraria con un optimismo inteligente que le convirtió en un hombre digno de ser recordado por su calidad y sencillez humana, pero al mismo tiempo, por el amor y entrega infinita a la enseñanza.

Cuando recordamos a los maestros, no solemos hacerlo por aquellos conocimientos que transmitían, sino por las anécdotas, actitudes y consejos que algún día nos dieron y que hoy hacen que seamos las personas que somos. En el caso de don Florencio, las matemáticas vuelven a ser protagonistas, pues el resultado de su recuerdo es la suma de su persona con su calidad docente. Así lo demuestra Francisco Paños, antiguo alumno. «Nos llamaba la atención, por encima de todo, dos cosas: su aire distraído y, sobre todo, que no pegaba. Con don Florencio la relación era distinta, no le temíamos y el respeto se ha ido engrandeciendo a lo largo de los años. No he hablado con nadie que no tenga un excelente recuerdo suyo; y para los que nos hemos dedicada a la enseñanza, al menos yo, aprendimo que hay que acompañar en el camino del aprendizaje. Don Florencio pensaba y nos hacía partícipe de su pensamiento». Florencio Pintado nació en 1917 en La Granja de Torrehermosa (Badajoz), en el seno de una familia de pequeños comerciantes que se trasladaron a Peñarroya-Pueblonuevo. Pronto se convirtió en un destacado estudiante que, a pesar de las dificultades económicas por las que pasaba su familia, fue animado por su padre a iniciarse en el Bachillerato en el instituto del pueblo que hoy en día lleva su nombre. Respondió a la confianza de su padre con matrícula de honor en todas las asignaturas.

Vivió la Guerra Civil en el Taller Central de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya, donde las matemáticas volvían a ser protagonista de su vida en las competiciones que realizada con otros compañeros. Acabada la guerra, decidió trasladarse a Sevilla para comenzar sus estudios universitarios. Una vez conseguida la Licenciatura Química, comenzó su vida docente en varias localidades hasta recalar de nuevo en Peñarroya, donde ejerció la docencia hasta 1976, en la comenzó siendo la Escuela de Maestría Industrial, luego Centro de Formación Profesional y después a ser el instituto que hoy lleva su nombre, IES Florencio Pintado, donde destacó por su sabiduría en el campo de las matemáticas. Más tarde aceptó ser inspector provincial de Formación Profesional, lo que compaginó con la dirección del centro. Jubilado en 1986, reservó su sabiduría para sus nietos, hasta su muerte en el año 2001.