María del Carmen Rodríguez nació en Octubre de 1955 en Almería. Tras seis años allí, su familia se trasladó a Granada, tierra donde comenzaría, años más tarde, sus estudios universitarios de Ciencias Biológicas. Fue el primer día en aquella facultad cuando, Inmaculada Plaza, íntima amiga y compañera de estudios de Carmen, conoció el nombre de la chica alta y morena que se sentaba a su lado y que más tarde resultó ser también amiga, confidente y compañera de café mientras las carpetas se llenaban de completos apuntes de la mano de aquella primera «fotocopiadora manual» que resultaba ser Carmen. En segundo de carrera, Pedro A. Peinado se convertía en otro de los compinches de Carmen, que recuerda a su amiga y compañera (aquella que hacía de su despiste un defecto llevadero) como la chica que tenía «esa extraña mezcla, tan característica suya, de madurez y candor que le hacía tan adorable»; mujer de gran inteligencia llevada con modestia y naturalidad, a la que alguna vez convenció (aunque no fue fácil) de que «estudiar las aves de la zona, no implica ver las aves de la zona», un dato que debió obviar en uno de sus trabajos de clase.

En septiembre de 1977, Carmen Rodríguez ejerció de profesora interina en Almería y en 1978 obtuvo la plaza por oposición en el IES Averroes de Córdoba, donde conoció a su futuro esposo, José Fernández. Por aquel entonces, Antonio Gómez, compañero de Carmen en el IES Averroes y después, en el Instituto Provincial de Educación Permanente, se incorporaba al IES Averroes en 1980 con campanas de boda entre dos de sus compañeros. Antonio Gómez recuerda a Carmen como «una profesional docente entregada plenamente a sus alumnos y alumnas y a todos los que formaban parte de aquel claustro, y si tuviera que definirla con alguna palabra, reseñaría su profesionalidad y honestidad personal». Por otro lado, Rafael Álvarez, María Dolores Porras, Lola Martínez y Dolores Cañete, compañeros de Carmen en el Departamento de Biología del IES Averroes, destacan de ella virtudes como su valentía, inteligencia, solidaridad y amor por su profesión. «Tenía un enorme afán de innovación que nos contagiaba a los que tuvimos la suerte de ser sus compañeros», afirma Rafael Álvarez. Carmen Rodríguez fue generosa, siempre compartiendo con sus compañeros todas sus aportaciones didácticas. «El trabajo en equipo ha sido una constante en toda su vida laboral», indica María Dolores Porras. Carmen fue creatividad, conocimiento, y también sentido del humor «que se materializaba con anécdotas que luego nos permitía acercar el día a día al aula y que te sacaban de la rutina con una carcajada», recuerda Lola Martínez. Juan Manuel Valle, director del Instituto Provincial de Educacion Permanente destaca de Carmen su compromiso cotidiano con su alumnado y con la mejora del servicio público que representa la educación de personas adultas. «Carmen nos dejó mucho antes de irse definitivamente. Nos quedaron de sus últimos meses su sonrisa, su mirada; esos grandes ojos con los que parecía querer decirnos muchas cosas. Te gustaban las estrellas, yo te imagino entre ellas», sentencia Dolores Cañete.