Creo que es la primera vez en estos veinticinco años, aproximadamente, que llevo escribiendo sobre educación que voy a referirme a ella en breve crónica acerca de los grandes contrastes vividos entre el ayer de mis años primeros de magisterio y los posteriores tan próximos al presente que no cesa en mis inquietudes y expectativas. Sí, es preciso conocer problemas y tremendas dificultades en educación, ayer, para valorar y mejorar la realidad en la que vivimos inmersos todos, hoy. En internet leí no hace mucho: Desde el 1900 todas las instituciones han evolucionado menos una; la escuela. Y se citan causas como la burocracia, la falta de autoridad, o el carácter represor de la educación que evita la espontaneidad y margina la creatividad, etc. Evidencias que el magisterio proclama con el consiguiente desánimo el cual viene a ser como una rendición sin contrapartidas posibles.

Desde mi punto de vista son ciertas las muchas impotencias a las que se enfrentan los educadores, hoy. No obstante --lo he repetido infinidad de veces-- la educación en todos los tiempos tiene sus propios retos: nunca ha sido ni será algo tan plausible que podamos dar por definitivo. Ayer, setenta alumnos en míseras aulas sin más medios que una mala pizarra, como mucho. Ayer, los maestros no podían pagar ni la más humilde pensión. Ayer, el magisterio era respetado pero, ¿dónde quedaba su dignidad como persona y como profesional? Hoy, grandes centros, instalaciones, profesores especializados. La reflexión se impone: Es evidente que algo se mueve, como también lo es el hecho, de que el progreso deja atrás unos problemas y hace emerger otros. La cuestión debe estar en el descubrimiento de esos nuevos horizontes y caminar hacia ellos con ilusión, trabajo y reivindicación. Lo hicimos ayer. ¿Por qué no hacerlo hoy? Basta volver la vista atrás, coger las mejores armas y seguir haciendo camino.