Estoy totalmente convencida, y así lo he practicado, que la verdadera pedagogía, aquella que libera del fracaso y logra autoestima, tan imprescindible para que el ser humano, en la medida de sus capacidades, sea un triunfador, debe estar basada en promover una escuela creativa, concepto tan mal entendido aunque sí muy repetido. Sería preciso desmitificarlo, ya que es una auténtica capacidad del hombre que, como todas, habrá que desarrollar. Nadie nace andando, hablando, leyendo... No obstante, primero los padres y después los educadores, ayudan al desarrollo de estas capacidades, algo que no sucede con la creatividad. No obstante, en este mundo, en esta sociedad tan vertiginosamente cambiante, la educación se enfrenta a una gran revolución que, desde mi punto de vista, tendría que estar dirigida a una enseñanza creativa, fomentando esta capacidad innata desde los primeros años. Es decir, se impone una enseñanza que fomente el desarrollo del pensamiento divergente, que sea capaz de encontrar nuevas soluciones, nuevas ideas, adaptándose a las grandes piruetas que los tiempos exigen y sobre todo con capacidad para dirigirse sin seguir modelos preconcebidos. No podemos consentir que los alumnos sigan los pasos sino que la misión del maestro debería ser despejar caminos y dar luz a nuevos horizontes.

Una vida llevo reivindicando esa creatividad que nos permita elevarnos sobre la rutina diaria de la vida cotidiana. De vez en cuando, necesitamos una manera diferente de mirar al mundo y a nosotros mismos, porque la creatividad nos permite pensar con independencia de lo que generalmente impresa a nuestro alrededor. Nos permite cuestionar, rechazar lo que existe y nos deja en libertad para encontrar nuevos caminos que todavía no están trazados. No dejemos que los medios, las nuevas tecnologías, nos usurpen nuestros derechos.