La minicumbre de Bruselas, celebrada entre tensiones y discrepancias como antesala de la reunión del Consejo Europeo del próximo jueves y viernes, desvela la dificultad de llegar a acuerdos para responder al reto de la inmigración, pero también constata el reconocimiento de la gravedad del problema y la necesidad de concretar un plan que no quede en una mera declaración de intenciones. El asilo es un derecho humano internacional, y la acogida, un deber.

Trabajar con los países de origen y tránsito, reforzar la Guardia Europea de Fronteras y Costas (Frontex) y la creación de centros de inmigrantes son los ejes sobre los que trabajan los líderes europeos. Los campos de recepción son, sin duda, el punto más controvertido de la agenda. Solo pueden admitirse como estaciones de paso escrupulosamente respetuosas de los derechos humanos y no como confinamientos saturados en los que los refugiados ven eternizarse las soluciones e incluso corren a veces peligro.

Esta vez, el debate no debe cerrarse en falso. El actual sistema de cuotas y el reglamento de Dublín, que obliga al migrante a solicitar asilo en el primer país que pisa, son ineficaces e insolidarios. No se puede descargar el peso de la inmigración únicamente sobre los países de recepción, ni puede aceptarse que algunos países se beneficien de formar parte de Europa, pero no asuman sus deberes éticos. Es el caso de los países del Este, que no han acudido a la reunión de ayer por considerar que el problema del Mediterráneo no les afecta.

El reto es importante. Está en juego la propia esencia de Europa. Si se cede a la Italia de Salvini, que llama «carne humana» a los inmigrantes, o a la Hungría que pretende castigar con hasta un año de cárcel a quienes los ayuden, Europa volverá a vivir la peor versión de sí misma.

Una Europa cerrada, inhumana, no nos llena de orgullo. No educa a sus ciudadanos ni nos hace mejores que la América de Trump. Y, al cebarse con el más débil, solo alimenta a la extrema derecha. La xenofobia busca en los colectivos más débiles la presa para auparse, y desgraciadamente, apelando a lo peor del ser humano, los partidos políticos creados en torno a esos planeamientos consiguen avanzar en las urnas. El objetivo, con los inmigrantes, es deshumanizarlos y culpabilizarlos para desatar el miedo y el odio en el resto de los ciudadanos. Lo que viene después ya lo sabemos. Se trata de no olvidarlo.

Pedro Sánchez se ha estrenado en la minicumbre y puede tener un papel relevante en el consejo de esta semana. Llega con el interés de ser un agente activo y un defensor de los valores europeos, y aporta la experiencia de un país de recepción de inmigrantes en el que la ultraderecha es irrelevante. La modélica acogida humanitaria del Aquarius puede ser una inspiración.