Salvar el cuello disparándose a las dos piernas. A trazo grueso, así puede describirse la política de recortes en el mundo de la ciencia y la innovación que España emprendió a partir del 2009. Sin miramientos, se obligó a una dieta de austeridad al sustento del tan cacareado cambio de modelo productivo. España sufrió una fuga de cerebros, y los científicos que se quedaron se vieron obligados a cancelar proyectos, a reformularlos o a redimensionarlos para adaptarlos la nueva realidad económica. Las consecuencias las empezamos a ver ahora: entre el 2008 y el 2014, la publicación de artículos científicos de calidad y las patentes nacionales de origen español han caído en picado. Especialmente grave es el caso de las patentes, que han experimentado una reducción del 60%, según datos del Informe sobre la Ciencia y la Tecnología en España de la Fundación Alternativas. Un panorama desolador que el mundo de la ciencia lleva denunciando desde hace años sin que desde la administración se revierta la tendencia. La brecha entre España y los países de su entorno en inversión en ciencia e innovación no hace más que crecer. Ahora que el Gobierno habla de recuperación económica, toca darle a la ciencia española el empujón que le permita ser la base para el desarrollo económico. Si para salir de la crisis se cometen los mismos errores que nos llevaron a ella, no hace falta ser científico para saber cuál será el resultado.