Hoy hace una semana que el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, reunido en Manama (Baréin) acordó conceder al conjunto arqueológico de Medina Azahara el título de Patrimonio Mundial, inscribiendo en su lista a la única ciudad califal existente en Europa, y felicitando a la candidatura por el «impecable» informe presentado en su defensa. Tras el expediente, muchos años de trabajo que se iniciaron en los albores del siglo pasado (la ciudad creada por Abderramán III en el siglo X fue destruida y expoliada a comienzos del siglo XI y, salvo alguna mención a partir del XVI, olvidada) y que se hicieron sistemáticos, con una gran entrega, desde que en 1985 el yacimiento pasó a la titularidad de la Junta de Andalucía. Un esfuerzo formidable, con medios económicos limitados, que ha abarcado las áreas científica, de conservación y excavación al tiempo que se abría a las visitas y se buscaba proyección cultural, con hitos como la exposición El esplendor de los omeyas (2001) o la apertura del museo.

La inmensa alegría de que Medina Azahara sea ya Patrimonio de la Humanidad representa, como ya hemos señalado en otras ocasiones, un gran orgullo y una gran oportunidad, pero también una enorme responsabilidad. De ahí que la euforia inicial deba dejar paso a la reflexión y a la acción, pues estamos en el minuto uno del futuro de la ciudad palatina, y, con él, del de Córdoba. Creemos que Medina Azahara debe contar cuanto antes con un plan director --el trabajo previo no hace necesario esperar dos años como en el caso de los Dólmenes de Antequera-- que deberá implementar la Junta de Andalucía, con la previsión plurianual de inversiones reclamada por el organismo inspector de la Unesco, el Icomos. El anuncio de fondos por medio millón de euros para 2019 debe ser solo el comienzo. En segundo lugar, es indispensable mantener vivo el apoyo institucional y social que ha contribuido al éxito de la candidatura. La Diputación anuncia que mejorará los accesos, y el Ayuntamiento se plantea no solo cómo gestionar el previsible incremento de turistas hacia Medina Azahara y los servicios de transporte, sino cómo dotar, en palabras de la alcaldesa de un «sentido global» los cuatro títulos de la Unesco que certifican que Córdoba es una ciudad excepcional en el mundo. Contar con la comunidad científica internacional, continuar los trabajos de restauración --es urgente la apertura de su principal símbolo, el Salón Rico, que lleva nueve años cerrado-- y buscar soluciones para el impacto de las parcelaciones ilegales son tareas indispensables. La ciudad que tanto tiempo olvidaron los cordobeses es hoy uno de sus principales activos de futuro, y requiere una acción decidida y constante.

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