Pedro Solbes, vicepresidente económico de Zapatero entre el 2004 y el 2009, admitió ayer sin matices que su Gobierno cometió errores: «Nos equivocamos en bastantes cosas». De las escasísimas autocríticas de los comparecientes en la comisión de investigación de la crisis en el Congreso, la suya fue la más clara y contundente, lo que mereció la alabanza excepcionalmente unánime de todos los grupos parlamentarios, sobre todo en contraste con la intervención de Rodrigo Rato de la víspera. Pero eso sí, la realizó sin hacer sangre con su antiguo jefe, a quien presentó su dimisión en plena recesión por sus «diferencias importantes» sobre cómo gestionarla.

Solbes, así, admitió que su Ejecutivo debería haber sido «más valiente» en lograr unos superávits presupuestarios más holgados y en reformar las cajas de ahorro, además de reconocer que se equivocó «totalmente» en sus previsiones económicas, en no atajar el déficit exterior, moderar los costes laborales y recortar la deuda aún más (del 36% del PIB, la redujo al 10%). En cambio, restó importancia a que el Gobierno hablase de desaceleración en lugar de crisis entre febrero y junio del 2008: «Ambas tesis eran válidas. No creo que incida en el proceso ni tenga una gravedad enorme».

El expolítico socialista no eludió su parte de responsabilidad: «Asumo la culpabilidad que tengo. Soy responsable de coger un tren que se iba acelerando, que se me aceleró algo más y que empezamos a desacelerar un poquito al final. Pero no llegamos a tiempo, nos quedamos sin vía por Lehman Brothers para hacer un ajuste más suave». También se disculpó por el impacto de la crisis en la población: «Yo estuve allí y podríamos haber hecho más. Lo siento como el que más. La gran tragedia de la crisis es la distorsión social que ha causado en una gran masa de gente que tenía la expectativa de tener un trabajo».

El exvicepresidente, eso sí, planteó algunas excusas. «Hicimos lo que pudimos hacer», sería el resumen. «Llegar a la crisis con menor deuda y un bien nutrido fondo de pensiones suavizó el impacto financiero de la misma. Lo que no se podía pensar antes del 2008 era en una doble recesión de la magnitud que se alcanzó y la dimensión del impacto que tuvo en el euro», abundó.

También achacó la falta de acierto a las trabas políticas a las medidas que hubiera sido necesario adoptar por tener un «Gobierno en minoría, con apoyos de terceros y con todo el mundo con demandas de inversión y ganas y necesidad de más gasto». Los bancos y los constructores también se llevaron un dardo: las advertencias de Solbes sobre sus excesos inmobiliarios cayeron «en saco roto» porque querían que la «fiesta no terminase».

Pese a sus discrepancias, negó que Zapatero fuera «cortoplacista». Sus principales diferencias, explicó, radicaron en que el presidente quería aumentar el gasto y se negaba a reformar el mercado de trabajo sin acuerdo de patronal y sindicatos, mientras que él mismo rechazaba la rebaja en el IRPF de los 400 euros, el cheque bebé de 2.000 euros y los dos Planes E de inversión municipal, y abogaba por una reforma laboral y de las pensiones. «Pero lo digo sin ninguna acritud ni crítica, simplemente son dos visiones de las cosas. Nunca sabes si lo que pensabas que iba a ser bueno necesariamente hubiera sido así. Sin la recesión del 2011, sus tesis podrían haber sido verdad», añadió.

preferentes / También se refirió a la carta que le enviaron los inspectores del Banco de España en abril del 2005 para advertirle de la «complaciente lectura» de la situación del gobernador, Jaime Caruana. Le restó relevancia: se trata de una misiva que «tiene importancia, pero limitada», ya que consideraba que la mayoría de las entidades estaban bien capitalizadas y se centraba en los problemas que tendrían los hipotecados cuando subieran los tipos, pero no en el aumento de la morosidad que supondría.

Asimismo, defendió que las preferentes era una «idea conceptualmente buena» para capitalizar de forma privada a las cajas, pero que su venta por las entidades fue un «verdadero desastre».