La Unión Europea (UE) está acostumbrada a avanzar a golpe de crisis pero la calma que se ha instalado en los últimos meses en el horizonte político europeo, por la mejora de la economía y, sobre todo, la ausencia de un gobierno con plenos poderes en Berlín, desaconseja grandes revoluciones.

No todos los países de la zona euro comulgan con la ambiciosa agenda reformista planteada en septiembre por el presidente francés, Emmanuel Macron, o más recientemente por la Comisión Europea; y la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la UE que dura hasta hoy constatará la falta de sintonía y necesidad de echar el freno a la refundación de la eurozona. «Los estados miembros difieren en sus evaluaciones de lo que necesitamos hacer y de la urgencia de estas tareas», constata el presidente de la UE, Donald Tusk en un breve documento.

Se trata de la primera vez en años que la reforma de la unión económica y monetaria llega a la mesa de los jefes de Estado y de Gobierno europeos. No hay crisis a la que responder con urgencia. Sin embargo, las tensiones geopolíticas, el aumento del proteccionismo, la posible desaceleración de la economía china o el aumento de la aversión al riesgo de los mercados siguen presentes.

Aun así, la visión de una nueva eurozona más fuerte, con instrumentos de calado como un superministro de finanzas encargado de la coordinación de las políticas económicas, un presupuesto de varios miles de millones de euros para apoyar a los países en crisis o la simplificación de las reglas del déficit, ha ido perdiendo fuelle. El apetito en Alemania, Holanda o Finlandia no es el mismo que en Francia, Italia, Portugal, España o Bruselas. «Las discusiones no han permitido alcanzar una amplia convergencia», justifica Tusk. Constatado el desacuerdo la idea este viernes será la de definir en qué ámbitos existe consenso y comprometerse a tomar las primeras decisiones.