En fútbol de alta competición no solo basta con tener buenas condiciones técnicas, estar bien físicamente o ser correctos tácticamente. Tanto o más es saber competir. El jugador de alta competición debe ser lo suficientemente competitivo como para sobreponerse a las adversidades y debe intentar en mayor medida mantener su mejor nivel el mayor tiempo posible. Hay jugadores que no son sobresalientes en nada, pero gracias a su gran competitividad son muy importantes para un equipo y para un club, y capaces de llegar al máximo rendimiento. El jugador deja de ser ganador el día que pierde. Sin embargo, competitivo se puede ser siempre, incluso perdiendo. Los buenos equipos son los que se adaptan rápidamente a la exigencia del torneo, aprenden a navegar en alta mar ante toda dificultad y es capaz de crecer ante la exigencia.

El Córdoba comenzó a competir con un equipo de "su liga" y, posiblemente, este resultado puede tener una influencia notoria para ambos.

En el primer periodo predominó los movimientos y acciones de disputas y contacto y muy pocas acciones de elaboración, creatividad y movimientos de acompañamiento en las salidas. Los ataque del Córdoba fueron más estáticos que dinámicos, las incorporaciones de los hombres de segunda línea no existieron, el control del juego no tuvo dueño y el balón, que es el más obediente, fiel y leal y en el que puede confiar un equipo, estuvo abandonado en parte e incluso maltratado por ambos durante fases (imprecisión en los pases, poca verticalidad, etc). Tan solo mostraron sensación de peligro en las acciones a balón parado.

En el segundo periodo, el Córdoba comenzó jugando más en campo rival, con más posesión que el contrario, generó buena superioridad numérica y más peligro por banda derecha (Gunino y Cartabia), aunque a nivel colectivo mostró los mismos síntomas que en el primer periodo, irregular profundidad y poca verticalidad y llegada.

¿La clave? Saber competir es la clave que diferencia a los buenos de los mejores.