Dembélé todavía no conoce a Messi. Ni a Luis Suárez. Ni tampoco a Iniesta, su ídolo de la infancia, de quien tenía colgado un póster en su casa de Francia. Una prueba de la provisionalidad en la que se ha visto inmerso Ernesto Valverde desde que llegó al Camp Nou, por mucho que ahora la junta delegue toda la responsabilidad. «He hablado con él y me ha dicho: ‘Tranquilidad y calma’», reveló Robert Fernández, el secretario técnico azulgrana, tras cerrarse un confuso mercado en el que Valverde llegó a pedir que se mejorara la plantilla tras ganar al Alavés. Pero no fue así.

El club sostiene que se ha creado «una plantilla magnífica». Una plantilla, sin embargo, con la que Valverde no ha podido trabajar en condiciones porque a mitad de la pretemporada le cambió «el guión totalmente», como él mismo confesó. Y al final, no le han llegado tampoco los refuerzos que esperaba hasta el último momento. Es más, tiene aún jugadores en su grupo a los que el club ha buscado salida sin éxito alguno, como el caso de Arda Turan, que ha insistido en quedarse -«me quedan tres años de contrato, estoy muy feliz aquí», dijo ayer a la televisión turca-, y André Gomes, con quien se llegó a plantear incluirlo en un intercambio.

Técnico de club

Pero Valverde tiene muy interiorizada su figura de técnico de club, acostumbrado como está también a trabajar en condiciones más precarias en sus anteriores clubs (Athletic, Espanyol, Olympiacos, Villarreal, Valencia) y, por supuesto, sin plantillas de tanta calidad como la que manejará en su primer año en el Barça. Una plantilla a la que no llegan jugadores de la cantera con fuerza, que mantiene todavía vigente la esencia de la obra de Van Gaal (Iniesta), Rijkaard (Messi) y Guardiola (Piqué y Busquets).

Aquella inercia triunfadora se renovó en la reconstrucción del 2014 que pilotó Luis Enrique al añadir la energía de Suárez, Ter Stegen y Rakitic tras la llegada de Neymar y Jordi Alba que rejuvenecieron al grupo. Desde entonces, solo ha cobrado peso Samuel Umtiti.