El suspiro de alivio duró solo un segundo, lo que tarda la mente en perder el control y dejar paso a las emociones, que ayer afloraron, y de qué manera, en la grada visitante del Municipal de Reus. Lo primero que sintieron los 200 cordobesistas hasta allí desplazados fue la tranquilidad de ver culminada una remontada que, siete meses después, deja al Córdoba fuera de los puestos de descenso, a falta de una jornada. Luego la inmensa alegría, la felicidad extrema, se apoderó de los huesos de estos hinchas, que ayer fueron posiblemente los más dichosos del planeta.

No pintaba bien el partido al inicio y hubo poco tiempo para relajar la cabeza. El Reus dominaba la posesión del balón, los primeros 15 minutos fueron testigos de un Córdoba falto de intensidad y de ritmo, y los aficionados blanquiverdes vivían con temor cada acercamiento de los catalanes. El gol de Quintanilla llevó el éxtasis a los valientes que se recorrieron España entera, de ida y vuelta, en un viaje relámpago para no dejar solo a su equipo. El canguelo desde entonces al final de la primera parte fue mayúsculo, no porque el Reus inquietase en exceso la portería de Pawel Kieszek, sino porque cada vez que el balón no estaba en las botas de un jugador del Córdoba la presión era máxima. Había muchísimo en juego y uno no era capaz de mantenerse quieto. Por pasión, pero tal vez también para sacar los nervios del cuerpo, la afición visitante animó de lo lindo, no cesó de cantar y, de saltar y puso su grano (que digo grano, su montaña) de arena para mantener el marcador con 0-1 al descanso.

Lo que sucedió tras el intermedio solo un cronista cinematográfico podría haberlo escenificado mejor. Los temores de la hinchada blanquiverde se hicieron realidad cuando el cordobés Pichu Atienza se vistió de ogro y marcó el tanto del empate. Es su trabajo, no le quedaba otra, pero la decepción del cordobesismo fue total. La película del partido en Reus ya iba por un drama de serie B, pero aún quedaba tiempo para que se convirtiese en lo que finalmente fue, una épica narración de cómo un club a 13 puntos de la permanencia, aferrado solo a las matemáticas y a una fiel infantería de aficionados, logró lo que nadie creía posible. El decorado tornó hasta convertir el césped del Municipal de Reus en digno de la mejor superproducción de Hollywood. Aythami se vistió de protagonista para, a dos minutos del final, empujar con el pecho a las mallas un balón que sirvió para que el luminoso destacase un 1-2 que ya no se movería más. Una vez pasado el clímax, llegó el momento para el disfrute. Una plantilla unida en el centro del campo, celebrando como si de una Liga de Campeones se tratase (perdónenme los madridistas, pero esto es más que una Champions) la victoria en el campo del Reus. La afición esperó hasta que los jugadores se acercaron para celebrar con ellos una machada que queda ya para los anales de la historia del Córdoba.

Lágrimas de alegría regaron el césped y el vestuario de un Córdoba que logró una victoria épica

Luego se dirigieron a vestuarios, donde a buen seguro esperaban ya el presidente, Jesús León, y el director deportivo, Luis Oliver. No quisieron perderse la gesta, y durante todo el fin de semana arroparon a sus chicos en el hotel, al que fueron con sus familiares más íntimos. Era el momento de la relajación y del disfrute en pequeños círculos. De mandar los mensajes y hacer las llamadas a la novia, al amigo, al primo, al padre, a la abuela. Pero la afición quería más. Exigía más. Y los jabatos de la casaca blanquiverde salieron al césped para un último contacto de masas. El grito de «Si el equipo no sale no me voy de aquí», coreado al unísono por 200 gargantas, fue respondido justamente con una vuelta al terreno de juego de los jugadores, que se fundieron en un último lazo colectivo. Era una noche para soñar y festejar. Pero aún queda un partido. Y la directiva volverá a poner precios populares para llenar El Arcángel, con ventanilla especial para los 200 valientes, que se merecen eso y más.