Un viaje de casi 900 kilómetros y todo un día en coche es el peaje que pagaron ayer un puñado de valientes que se encajaron en Lugo para volver ver morir a su equipo. Un viaje para el que se necesitaban muchas más alforjas que las que el conjunto de Carrión llevó consigo en la expedición a tierras gallegas, nuevo viaje coronado con la decepción en una hinchada que cada vez acude en menos número a apoyar lejos de Córdoba al equipo.

Porque si en Granada fueron tres y en Valladolid cuatro, ayer se encajaron dos tantos en Lugo, que pudieron ser más si los locales, cómodos con la renta en el marcador, no hubieran especulado con el balón y dormido el partido. De nuevo lo más alarmante no es el resultado, sino las sensaciones dejadas por el equipo en su enésima pintada de cara a domicilio.

Ante un rival con tres excordobesistas, la imagen dada invita a un examen riguroso

La intensidad y la presión en todo el campo duraron lo que aguantó el físico de los once futbolistas de blanquiverde. El Córdoba fue perdiendo el pulso del choque conforme pasaban los minutos, hasta encerrarse mirando el reloj para aguantar un empate a cero. Un equipo que ha demostrado hasta ahora que es incapaz de darle la vuelta a un marcador adverso. Los datos, fríos diagnosticadores de una realidad que vuelve a asustar a propios y extraños, indican que el equipo cordobesista no chutó entre los tres palos en toda la segunda mitad. Pobre reacción.

Campabadal subía la banda con la misma potencia con la que dejaba en entredicho la política de fichajes del club en las últimas campañas. Suya fue la asistencia del 1-0 y poco antes casi coló una vaselina de quilates a Kieszek. Bernardo y Juan Carlos cumplieron en sus respectivas funciones, lo que no puede decirse de varios de los que saltaron con la zamarra blanquiverde. La vuelta hasta Córdoba tuvo que ser muy amarga para los ‘locos’ que acompañaron al equipo al Anxo Carro. Y puede que en la próxima salida, vista la falta de alforjas, el equipo se quede solo en terreno enemigo.