En la boda ya se habla del Córdoba. En cualquier boda de cualquier lugar. En la mesa número doce, plagada de socios madridistas, cae la tarta de queso a la vez que los goles de Ronaldo en Coruña. "Pues vais a sufrir mucho; ante nosotros no jugasteis nada", decía un muchacho de flequillo extraño que vio pasar por el Bernabéu a los blanquiverdes. "Fede Cartabia no puede ser la estrella de ningún equipo". Todos ven y todos opinan. Ahora todos.

El Arcángel, donde se amontonan cámaras que antes no se veían --ídem con la gente--, va camino de convertirse en una pasarela, ideal para lucir, aunque sea acompañado de un sevillista. Exdirigentes del club y mucho político. El estadio ya no incomoda. Otra vez están aquí los sesenta, la época dorada, la época de pasearse.

El acuciante otoño.

Cuatro décadas sin un Córdoba Sevilla en Primera. "Claro que firmo el 1-1", decía uno que antes solo lo veía por la tele.

La hilera de periodistas venidos desde fuera se pone en pie con el móvil entre las manos: se llevan el himno a casa. Pronto marca el Sevilla. No se escucha. Tras las redes verdes solo hay un puñado de sevillistas, para colmo, desperdigados. Ni gritan ni se ponen de pie. Permanecen sentados y tranquilos, como quien ve un atardecer en la playa. En la grada no hay duelo.

A los trece minutos empieza a llover, pero apenas se abren paraguas, solo alguna carrera en busca de techo. Parte de la afición local se queda prendada.

"Que bien trabajado está el Sevilla". Seis manos del banquillo visitante dan órdenes.

Poco que hacer. El único estímulo es el insulto al árbitro o al rival. Suena el videomarcador de Segunda: Leganés 1-2 Santander. Queda tan lejos. Mejor mirar al móvil. Llegan mensajes de todos los lados y colores: "No entiendo el paso atrás de Emery". "Aleix es un trabajador nato". "Somos muy malos". "Vaya tela el arbitraje". "Enorme el míster". "Muy bien Emery". "Un desastre de calidad y táctico". "Tejiendo, con el partido de fondo. Cuando ha marcado el Sevilla mi madre ha dicho que quite la tele".

Nubes y resoplidos.

Emery es un espectáculo, puro nervio. Pasión y contagio. Ferrer, más tranquilo. Pero marca el Sevilla y golpea con ira una botella de agua. Tres segundos antes el público aplaudía la inminente entrada de Vico. Diez segundos después es Abel quien da palmas mientras todos sus compañeros miran al suelo estáticos, brazos en jarra.

El día se apaga.

Hay resbalones, una rabona, una vaselina. Juguetea el Sevilla. Ya no hace tanta gracia el estado de forma de Ghilas, ya no se perdona el error. Ya es de noche. Pitan a Havenaar. El gol de Borja es una anécdota. "¡Ahora más que nunca, te quiero Córdoba!", gritan desde el fondo sur.

No hay críticas a la salida, aún peor, resignación. "Nos han chuleado". "Al Valencia, ¿cómo le vamos a ganar?". "Joder... no sé, un despiste...".

En una de las salas vips de la tribuna dos muchachos terminan de beberse su copa mientras en la tele que tienen al lado enfocan a Borja García, que habla tocado. Ninguno lo escucha.

Camino del puente, una chica del catering camina con manoletinas y una bolsa en la mano donde se intuyen sus tacones. Despacio y abatida, igual que en el final de una boda. Ni siquiera percibe el relámpago que parte el cielo de la ciudad.