Solo han pasado quince días, un par de semanas, y ya se fueron la lluvia y el frío, se fueron los charcos y apareció el sol. Se fue Pablo y llegó Albert. Pero ya nadie se acordaba del último domingo. El tiempo pasa volando, de ahí su crueldad y su tendencia al olvido. En el fondo, quizá sea bueno mirar solo hacia adelante. El pasado solo ralentiza, distrae y envuelve todo de nostalgia. Y la nostalgia no permite avanzar. Hace quince días solo había nubes. Ayer, por el Puente Romano ni siquiera se podía pasear, solo zizgaguear. La ciudad era una fiesta. Los paisanos de Jaén montaron la suya en El Arcángel. Era un día perfecto, pero el sector blanquiverde no se animó. Ambos equipos viven en dos mundos. Por eso, pese a estar en la misma posición, ven todo diferente. Unos solo disfrutan; otros pitan cuando su portero recibe el balón.

El primer domingo de sol en mucho tiempo trajo bostezos, muchos bostezos hasta las seis de la tarde. Solo la batalla de la grada mantenía despiertos a la mayoría de seguidores. "Ahí se está jugando otro partido", comentaba un aficionado. Los 1.500 jiennenses se desgañitaban animando a su equipo. Del fondo sur cordobesista casi todo lo que salían eran insultos al rival. El resto del estadio permanecía expectante. "Hay mucho miedo", decía un hincha. Solo el árbitro era capaz de aunar los cánticos de la afición local, como si esta temiera remar unida.

Una sombra gigantesca se iba apoderando poco a poco del césped. Se aproximaba el momento de la verdad, ese en el que hay que decidir, tomar decisiones; ese que suele estar plagado de miedo. Solo el miedo nos atenaza a no dar pasos al frente. Hay tanto miedo a equivocarse, a perder lo que se tiene, por muy poco que sea, que permanecemos inmovilizados, presos del pánico, y no reaccionamos. Nos quedamos como estamos. Aunque deseemos algo más.

Sin embargo, cuando alguien se atreve a pasar la barrera del miedo, empiezan a suceder cosas. Luego quién sabe qué pasará, pero al menos pasa algo. De la otra forma todo resulta anodino, plano, y la vida se convierte en una monotonía. Ayer, a la hora de la verdad, dos tipos jóvenes, Albert y Manuel, mandaron mensajes atrevidos a sus jugadores. El final fue entretenido; ya no había bostezos. Pero tampoco triunfo. Entonces, los sectores más animosos de los fondos le sugirieron a González que preparara los carnés para el año que viene. Acto seguido le gritaron que se marchara. Seguían vociferando cuando el palco ya estaba vacío. Ahora miraban a la grada del Jaén.