Puntos como el de ayer en El Madrigal (0-0) sirven más de lo que parece. A bote pronto calman, que no es poco. Sirven para reivindicaciones particulares, que tampoco está mal entre tanta depresión. Y también demuestran, por demérito del rival de turno, que la competición es implacable con el descuido. Muestran por su práctica un camino a seguir para atraer de nuevo la atención (otra cosa es la confianza) de los miles de cordobesistas desapegados y que deben sostener el futuro: no hay redención posible sin propósito de enmienda, buenas intenciones y entrega. Después constatan una máxima del deporte que José Antonio Romero, técnico del Córdoba, ha convertido en su eslógan, aquello de la "gestión mental": este equipo, liberado de la presión y la angustia tras el persianazo del presidente hablando la semana pasada de Segunda y tal, pinchado en su amor propio, alejado de la atenta mirada de su grada después de tanta crítica bien justificada, juega mucho más suelto. No es la primera vez que pasa. En la primera parte, incluso, rumboso y pinturero. Valiente a veces. Es lo que tiene venir de cumplir con trámites de cada jornada con una losa de puntos y equipos insostenible por arriba. Es lo que pasa después de acumular tensión y miedo una semana sí y otra también sin remedio ni recursos. Ayer, el empate ante el Villarreal, un equipo notoriamente superior en todo a los blanquiverdes, supo de maravilla. Aunque la situación no está para alharacas, toparse así de repente con un partido aceptable, con sus ocasiones de gol, su control y un portero de verdad, Juan Carlos, vestido de Primera solo unos días después de recibir una zurra colosal, coloca a cualquiera una media sonrisa que hace más llevadero el trayecto al descenso. Porque esa es la realidad que se ve a 8 puntos.

El punto de El Madrigal coloca al fin la veintena en el casillero del Córdoba. Muy, muy poco 32 jornadas después del comienzo y 96 puntos disputados. Sin embargo, aparte de todo lo dicho con anterioridad, con el primer objetivo liquidado, el segundo se convierte en la única tabla de salvación posible aunque muy remota. La semana pasada sorprendió la omisión de este recurso límite de ascender posiciones en busca de posibles descensos administrativos en la declaración de intenciones presidencial. No obstante, el olvido fue en este caso por acción y no omisión. Y es que también el punto ante el Villarreal eleva los niveles de confianza en el equipo, y sobre todo la directiva, para pelear esa decimoctava plaza a solo cinco puntos (teniendo en cuenta los tres que serán restados al Almería al concluir el torneo a instancias de la FIFA) y 18 en juego. Vista la implacable lucha por el fair play financiero y el tremendo ruido que llega de plazas como Elche y Getafe, entre otras, no sería de recibo no dejarse la piel y el empeño en sumar cuantos más puntos mejor para superar las plazas necesarias en la clasificación. Porque todo vale y cuenta en esta lucha sin cuartel.

Por último, si algún pero puede ponerse al partido de ayer en El Madrigal fue la constante propensión de los atacantes a establecer luchas particulares por su lucimiento personal. Quizá este individualismo feroz haya sido la nota predominante que ha lastrado en todos los ámbitos una campaña que aún no está acabada. Aunque apetezca.