Hay formas y maneras de toparse con la cruda realidad. En los últimos tiempos, el Córdoba se había encontrado con la realidad de sopetón, recibiendo una colleja tras otra. La pasada temporada tuvo que salvarse en la penúltima jornada y en ésta, nada más comenzar la competición, ya se podía comprobar que no, que la cosa pintaba en bastos y tocaría sufrir. Tanto, que allá por octubre el equipo estaba muerto y sin síntomas de poder reaccionar. En las actuales circunstancias, este Córdoba hace lo que puede, que no es poco en cuanto a actitud, pero siempre será insuficiente en cuanto a aptitud.

Con ese panorama el Córdoba regresaba a El Arcángel después de un mes para comprobar que en lo externo mucho había cambiado. Para empezar, un nuevo inquilino en el palco. Jesús León accedió al mismo y la ovación recibida, respondida con un saludo por parte del nuevo presidente, recordaba a los saludos desde el tercio de Los Califas de Finito.

La disposición de la grada era brutal, no solo por el cambio en el que lleva el timón, sino de cara al equipo. Casi 13.000 almas, el doble de las que se dieron cita en el último encuentro, daban fe de que una nueva era había comenzado. Plena de motivación, de ilusión, de ganas de salvar un barco con múltiples vías de agua. Animación a tope, música en la previa digna de una sesión de motivación de grupo en unas vacaciones en un hotel de playa y hasta uno de los grupos de animación en su lugar tradicional, no escorados en donde nadie les podía escuchar.

Todo listo. ¿Todo? No. Ver ya la convocatoria generaba algo más que dudas. Se notaba la dicotomía entre todo lo que había alrededor del césped y lo que se podía ver sobre él. Y los peores presagios se cumplieron, sobre todo en la primera parte.

El Albacete hizo sufrir al Córdoba horrores. Presionó arriba, muy ordenado, obligando a los blanquiverdes a abusar del patadón sin sentido contínuamente y, en los balones divididos, en las disputas, tenía siempre las de ganar. Tiene dos virtudes individuales este Córdoba, Sergi Guardiola y Jovanovic, a las que el equipo en su conjunto buscaba -la mayoría de las ocasiones, de forma tosca-, sabedor de que la única sensación de peligro, de ataque, de hacer algo arriba pasan por sus botas. En el momento en el que serbio cogía la pelota se abría siempre una puerta a la esperanza. Cuando desaparecía al no llegarle ningún balón limpio, el Córdoba sufría atrás, ya que coger el balón el Albacete y encerrar a los locales en su área era todo uno. Caballero evitó el tanto visitante en el minuto 25 casi delante de la raya de gol y una jugada individual de Bela, dos después, se topó con un Kieszek que de nuevo fue el mejor de su equipo. En una primera parte ciertamente gris, lo mejor que les pudo ocurrir a los blanquiverdes era el resultado. Pese a todo, la puerta seguía a cero y la esperanza de puntuar se alargaba.

Nada más salir de vestuarios, Dani Rodríguez se topó de nuevo con el polaco, así como Zozulya, que todo lo que le permitieron los centrales blanquiverdes se lo prohibió Kieszek. Y de la nada al todo. En un balón largo a Jovanovic, el serbio dejaba el esférico para que Sergi Guardiola elevara con habilidad por encima de Nadal. Por si fuera poco, había que frotarse los ojos cuando Jovanovic forzaba un penalti tres minutos después. Todo estaba listo para la fiesta, pero Sergi Guardiola disparó al poste derecho del portero manchego. Estaba claro que tocaba sufrir, porque cinco minutos después, de nuevo Bela -un incordio para la defensa local en todo el encuentro- firmaba una gran jugada que finalizaba en saque de esquina de manera casi milagrosa.

De ese saque de esquina llegó un tanto, precioso, del Albacete. Un zurdazo de De la Hoz desde el borde del área que entró como un obús en la portería de Kieszek. Pero Pizarro Gómez señaló falta previa de Rafa Gálvez. Entrados en la última media hora de juego, el Córdoba planteaba, sorprendentemente, un juego al contragolpe. Extraño, porque para ese planteamiento (probablemente más obligado por el rival que elegido) hace falta una defensa seria, contundente y también porque faltaba aún excesivo minutaje para el final del sufrimiento. En el 67’, Jovanovic y Sergi Guardiola pudieron darle el susto definitivo al Albacete, pero les faltó claridad de ideas en los últimos metros. A pesar de las buenas hechuras que demostró Aguado, introducido por Caballero para intentar mantener el balón con cierto criterio, el Albacete se adueñó de la posesión y cercó de nuevo la portería de Kieszek. Zozulya no llegaba por milímetros a un centro de Bíttolo, que se instaló en la zona del lateral derecho blanquiverde durante casi todo el encuentro sin ser desalojado nunca por el Córdoba.

Martín renovó su delantera y, aunque continuó dominando, se agradeció la salida del campo de Bela. Por su parte, la lección de pundonor, de entrega y de garra por parte del conjunto blanquiverde fue encomiable. Porque más allá de esa aptitud de la que se hablaba al inicio, lo que no puede ser negociable es la actitud. Y baste como ejemplo lo ocurrido con Bíttolo y Loureiro. Al gallego se le queda justa la categoría y tuvo que trabajar -en muchas ocasiones sin éxito- durante los 90 minutos. Pero nunca desfalleció. Y como él, todo el equipo. Algo que es justo reconocer y alabar, sobre todo por las numerosas bajas sufridas. Una prueba de vida de este Córdoba, que suma su segundo partido consecutivo en El Arcángel con triunfo y con la portería a cero, un dato más que remarcable, ya que las limitadas opciones de salvación pasan, precisamente, por los encuentros que restan ante su afición. Pero esa prueba de vida de este Córdoba necesitará de una transfusión que le ayude a terminar de levantarse de la cama. Mientras llega, el Córdoba lucha por pelear la permanencia.