Si a alguien poco aficionado al rugbi se le preguntara, no ya quién fue el máximo anotador del último Mundial, sino de qué selección, es probable que la respuesta más repetida fuera: «Un All Black». Pues no. Sigamos. «¿Australia?». Tampoco. «¿Sudáfrica?». No. «¿Inglaterra?». Error. «¿Francia?». Lástima. Es fácil que a esa lista le siguieran Gales, Irlanda, Escocia... Y ante la reiterada negativa, la cosa se complicaría. Así que habría que resolver el misterio: «Un puma». Esa es la respuesta.

«¿Un puma?». Sí, un argentino: Nico Sánchez. El 10, ún número especial, el del apertura, un tipo que juega con la cabeza y golpea con los pies, y que cerró la Copa del Mundo en Inglaterra (2015) con97 puntos, por delante de otros 10 imponentes, precisamente los que encabezarían esa lista fallida de respuestas: el sudafricano Handre Pollard (93 puntos), el australiano Bernat Foley y el neozelandés Dan Carter, (82), el máximo anotador de todos los tiempos.

«Ahora que pasó el tiempo lo veo como algo lindo porque en ese momento no lo supe disfrutar», confiesa este joven a punto de cumplir 28 años y que ha estado unos días en Barcelona, donde ha podido cumplir una de sus grandes ilusiones. Nada que ver con el balón ovalado. «Me puedo morir tranquilo, ya conocí a Dios», fue el mensaje que colgó en su Twiter junto con una fotografía suya al lado de otro 10 a quien otorgó ese aire divino: Leo Messi.

«Es el ídolo de todos, representa a todo un país. Fue algo muy fuerte estar con él, pero lo que más contento me puso fue su sencillez. No sé cómo debe manejar su cabeza con toda la presión que tiene, con lo que es, pero estuvo muy atento y fue un placer charlar con él».

EL PROFESOR WILKINSON

La cabeza también juega un papel determinante en el juego de Nico Sánchez, sobre todo, cuando se encuentra frente a palos, con el balón plantado en el césped, a menudo, con ángulos imposibles que obligan achutar desde más de 40 metros, en una prodigiosa mezcla de potencia y colocación. Llevaba desde siempre 'pateando', pero hubo una figura que le cambió la manera de enfrentarse a ese desafío: Jonny Wilkinson.

«El mejor del mundo», dice sobre el apertura inglés, uno de los grandes nombres de la historia de este deporte, y con quien coincidió en el Toulon. Hay un antes y un después en esta acción tan determinante en el juego desde que el hombre que dio a Inglaterra su único Mundial con un ‘drop’ magistral en la prórroga frente a Australia (2003) con su pierna mala, convirtió cada patada en un ritual.

«Tuve la suerte de poder entrenar casi seis meses con una leyenda como Wilkinson. Es un monstruo. Muy metódico, muy perfeccionista, con una dedicación admirable porque siendo el mejor era el que más practicaba. Nos daba clases en inglés, en francés y en español porque tiene una casa en Mallorca y lo habla bien», explica, rendido ante quien le confirmó que el éxito tiene dos secretos, además de la técnica en la ejecución: «La mentalidad, la confianza en que lo vas a meter, y la dedicación. Cuanto más entrenes, mejor».

Por ahí también se explica el auge de Argentina, capaz de competir con las grandes potencias de siempre y que estuvo cerca de meterse en la final. El rugbi pasa por ser el deporte de los ricos frente al fútbol de la calle, una situación que ha ido cambiando y que, junto al salto al profesionalismo, ha disparado el nivel. Pero hay cosas que no cambian, como la superioridad de los All Blacks, campeones en los dos últimos Mundiales, y un equipo que a lo largo del tiempo mantiene ese aura invencible.

«En Nueva Zelanda los niños nacen con una pelota de rugbi en la mano y el sueño de su vida es ser un All Black. Saben que son los mejores y que, pase lo que pase, en el minuto 80 te van a ganar», dice admirado Nico Sánchez, que ha vivido ya unas cuantas veces esa escena imponente de la ‘haka’, incomprensible en otros deportes por ese aire desafiante. «No lo ves como una provocación, es unatradición y en el rugbi sabemos lo que representa. Lo peor viene después», remata entre risas. «Si se acabara ahí y dijeras: ‘si todo lo que nos va a pasar es esto...’». Pero un ‘puma’ nunca se rinde.