La carrera de Daniel Germán Onega Sirotto (Las Parejas -Santa Fe-, 17 de marzo de 1945) tuvo muchos ascendentes. El más influyente fue su hermano, Ermindo, apodado El Ronco, jugador de excelente técnica que vivió una etapa difícil en River Plate, club de referencia de los Onega, cuando los millonarios dejaron de ganar campeonatos durante más de una década. Ermindo lo tuvo todo para ser recordado por ganar multitud de títulos, pero dejó una frase para no olvidar que el fútbol, a fin de cuentas, es un juego de equipo: «Siempre llegué tarde». Tanto en River como en Peñarol apechugó con etapas en las que los ídolos de siempre se iban jubilando o transfiriendo a otras entidades. A su hermano pequeño le ocurrió algo parecido en su aventura de cuatro años como vecino de la Mezquita.

Daniel arribó al Córdoba después de un difícil momento en River, con huelga de futbolistas de por medio. Otro mito, Sívori, le aconsejó firmar por el equipo blanquiverde, que aspiraba al ascenso, ya que «vos estás acostumbrado a pelear por campeonar», por mirar arriba, no por evitar la desgracia, que era lo que le esperaba si firmaba por un Primera, categoría que le pertenecía por méritos.

Dos mil personas esperaban a Onega un 6 de agosto en la antigua estación de Renfe. El argentino, que salió de Buenos Aires en pleno invierno austral, arribó en Talgo a una Córdoba a 42 grados con jersey de cuello cisne y abrigo de paño. Era el hombre llamado a liderar el retorno a Primera de un Córdoba que era un claro favorito al ascenso. «Había mucha gente joven», recordaba Onega a su llegada sobre aquella primera temporada. Jugadores como Escalante, Cepas, Varo, Manolo, Navarro o Manolín Cuesta no pasaban de los 23 años, mientras que Urbano, titular, apenas contaba con 18 años. En aquella primera temporada de Onega, el Córdoba terminó jugando la promoción por la permanencia tras ir perdiendo fuelle paulatinamente. La siguiente temporada, 1974/75, fue la de la ocasión perdida. El Fantasma volvió a anotar seis goles, como en la anterior, y el Córdoba quedó a cinco puntos del regreso a Primera. Una leyenda negra sitúa los intereses de la Federación en favor del Sevilla como causa principal de ese cuarto puesto.

DEBUT Y GOL

Si en su debut en blanco y verde Onega anotó uno de los dos goles del triunfo ante el Deportivo, en esa temporada, el estreno se hizo con una goleada al Tenerife (3-0) con un tanto del argentino que se estuvo comentando muchos días después, con El Arcángel ovacionándolo. Nunca se había visto anotar de esa manera de golpe franco. Tras 12 goles en dos temporadas y con asociaciones de lujo con Manolín Cuesta y otros, la tercera la afrontó Onega ya sin Dominichi, que había llegado con él aquel verano del 73. El equipo blanquiverde iba perdiendo lustre y finalizó la Liga en octavo lugar, con otros seis tantos del astro argentino, que hasta ese año vivía en la ciudad con su madre, a la que dio el relevo su novia tras el matrimonio. La última temporada de Onega en el Córdoba se puede interpretar como el origen de lo que viviría la entidad durante el siguiente cuarto de siglo. Si en la anterior Onega había jugado 36 partidos completos, en aquella campaña salió de inicio en 24, completando sólo 20. Pero volvió a dejar patente que hay jugadores llamados a hacer historia, más allá de títulos o ascensos. Con el descenso acuciando al conjunto blanquiverde, el mejor jugador de la historia del Córdoba -o, desde luego, uno de los tres mejores-, anotó el gol de la salvación ante el Pontevedra. No hubo tiempo para más y Onega volvió al fútbol sudamericano para ser campeón en Colombia, añadiendo ese logro al del récord de 17 goles en una Libertadores.

Renato Cesarini fue el entrenador que subió tanto a Ermindo como a Daniel al primer plantel de River y en su honor ambos fundaron un club de fútbol al que impusieron su nombre y que jugó un amistoso en Linares en 1982, la última vez que estuvo Onega en Córdoba. Cesarini comentó en una ocasión que «Onega arranca y hace un surco en la cancha». Lo dijo sobre su hermano Ermindo, pero también valdría para Daniel. Aquel surco marcado en la memoria del cordobesismo por el fútbol de Daniel Onega aún permanece intacto.