Odio el ruido y la multitud, especialmente el que originan los quinceañeros que salen de nadar e inundan el vestuario de gritos. No saben hablar, solo dar voces, y uno que va allí a relajarse no puede más que maldecir la mala suerte de haber coincidido otra vez con ellos. Así que ver ese vestuario completamente vacío fue impactante. Lo mismo el pasillo. Sin chanclas, sin rastro de pisadas. Qué escalofrío . ¿Soy el único que está aquí? Entrar en la piscina y ver a un hombre en la calle dos fue casi un alivio.

Alejarse de la Feria.

Igual que se alejaban esos autocares en dirección a Cádiz. Dejaban atrás el barullo, las colas para coger un taxi y el reguetón.

Fue tan placentero el momento que lo estiré hasta donde no sospechaba que podía llegar. Nadaba sin esfuerzo, los largos iban pasando sin darme cuenta, como pasan los kilómetros en la carretera cuando te despreocupas de todo. Así irían ellos a Cádiz. Así estiraba yo los brazos.

Nunca había nadado tanto, así que jamás había experimentado este dolor en las muñecas. Pensé que podía nadar infinito, pero parece que no, que tenemos un límite. Intentaba cambiar de postura, cerrar los puños. No iba a permitir que nada fastidiara mi momento.

Tampoco se fastidió en ese autocar obligado a parar en la autopista. ¿Quién paga el peaje, señores? Vayan sacando treinta céntimos cada uno. Surrealista, sí, como la mayoría de cosas que rodean a este Córdoba.

Al salir del agua miro el reloj. Me cuesta calcular cuánto tiempo he nadado, de tantas vueltas que han dado las agujas. Las manos son un manojo de arrugas y parece que hasta se haya borrado el tatuaje.

No me voy.

Me quedo.

Me quedo sentado en la plataforma de salida, con las piernas estiradas y los pies apoyados en las corcheras. Contemplo la piscina, visualizo lo que acabo de hacer, con esa sonrisilla de absoluta felicidad.

Imagino que en Cádiz hacen lo mismo. Se quedan en la grada, ya con el partido acabado, para estirar lo que han vivido. Aunque solo estén viendo un trozo de césped, en sus cabezas está todo el viaje.

Al salir descubro que una chica emplea el mismo método que yo. No tiene lápiz ni boli y quiere subrayar una frase del libro que está leyendo. El remedio: Doblar una esquina de la página. Será la marca que recordará que ahí hay algo bonito. Compartir manías genera complicidad.

Podríamos hacer lo mismo con nuestros días. Vamos a hacerlo:

Al sábado 20 de mayo le haremos un doblez. Se lo vamos a hacer todos. Los que fueron a Cádiz. Porque volver de madrugada a casa se hace más llevadero si aún te queda el domingo para rememorar el sábado. Por supuesto, los que nos quedamos nadando. Y también los que estuvieron en la Feria. Porque la Feria no se hace tan odiosa si la chica que dobla las páginas te lee una de sus frases.