Con unos 400 seguidores del Córdoba en las gradas del Viejo Nervión, un equipo que por primera vez en la era Merino se ponía por delante en el marcador, y la circunstancia de jugar con un futbolista más desde el minuto 50, parecía que, esta vez sí, iba a llegar la victoria que se resiste desde aquel lejano 8 de octubre.

Pero no, este Córdoba está abonado a dar un sufrimiento eterno a la parroquia blanquiverde, una fiel infantería cada vez más cansada y presta a soltar el escudo y la espada para marcharse a casa. Porque si no defienden el fortín los jugadores, ¿por qué tiene que hacerlo el sufrido seguidor cordobesista? 140 kilómetros en carretera, en una jornada previa a un día laborable, con el caminito de vuelta por la noche, para presenciar la enésima debacle del Córdoba, esta vez en el campo del segundo peor equipo de Segunda -porque el peor, la tabla lo dice, es el blanquiverde-.

Pocas soluciones se barruntan de aquí al mercado invernal, en el que harán falta varios fichajes de peso para que en primavera el Córdoba no esté virtualmente en la Segunda División B. El plan de defensa de cinco de Merino duró 39 minutos, el tiempo que tardó el linense en sacar del campo a Joao para introducir a Jaime Romero. El técnico del Córdoba está desesperado, se le nota en el rostro y también en sus decisiones tácticas. Cambios constantes de sistema en busca de la tecla correcta que haga sonar una melodía que, en más de un mes en el banquillo del Córdoba, jamás ha sonado armoniosa.

Con cada cual haciendo la guerra por su cuenta, es difícil que se pueda sacar un fruto más allá de otro empatito inservible. La semana que viene, ante la Cultural, se avecina otro partido dramático, en el que muy probablemente acudan menos aficionados que los ya escasos 7.500 que fueron a El Arcángel para ver la derrota ante Osasuna. Con una hinchada quemada, una directiva incapaz de dar soluciones, el segundo técnico en tres meses de competición que ha probado todo lo que tiene para darle la vuelta a la situación, y unos futbolistas con pinta de no tener la aptitud necesaria para comenzar a ganar partidos a la vez de ya, el panorama es negro, dantesco, penoso.

¿Cómo es posible que se deje empatar un partido con un futbolista más, en un córner mal defendido, en el que se adoleció una falta bestial de intensidad? Y lo más lamentable, acabar encerrado en campo propio, con un filial sevillista disponiendo de varias ocasiones claras para darle la vuelta al partido. La falta clarísima de que dispuso el Córdoba en el descuento da buena muestra del estado actual de la plantilla. Una discusión entre Romero y Aguza, y la solución final de realizar una «jugada ensayada» que acaba con el balón golpeando en un rival. Un muro, el que tiene delante el Córdoba, demasiado alto para ser escalado por la plantilla actual. Y Dios quiera que lleguen vivos al mes de enero...