Han pasado seis años y Messi continúa en su sitio, instalado en el centro del universo futbolístico, como faro del Barça de Luis Enrique, sin importar que ahora se haya desplazado a la banda derecha. En el 2009, tenía dos tenores de lujo (Etoo y Henry); en el 2015 disfruta de otros dos de talla mundial (Neymar y Suárez) y no solo por su precio (180 millones de euros) sino porque evocan a aquel tridente que abrió entonces la puerta del paraíso al Barça de Guardiola. Y de la perfección.

Cambian los acompañantes y Leo, entretanto, sigue ahí, convertido en el faro del Barça que lo ganó todo. Y del Barça que aspira a conquistarlo todo.

Es Messi origen y final. Pero en nada se parecen ambos tridentes, si acaso en que el delantero argentino, curiosidades del destino y de la táctica, por supuesto, está en el mismísimo sitio que en el 2009: la banda derecha. Pero no hace lo mismo. Ni influía tanto entonces en el juego ni ejercía ese dominio casi dictatorial de los partidos.

Un equipo distinto

El Barça, entroncado a una idea de juego, tampoco se parece en nada. Cuando fichó a Suárez este pasado verano estaba, en realidad, fichando algo más que un jugador. Con el nueve, aunque empezó siendo extremo derecho con Luis Enrique, el Barça mutó sus genes. Mantuvo la esencia --idea ofensiva instalada siempre en su sangre--, pero alteró los caminos. Cambió de plan y de dirección. Giró bruscamente, aunque no se percibiera al inicio hacia un juego más vertical, mucho más rápido, directo en determinados momentos atraído por la tentación, comprensible, de hacerle llegar la pelota lo antes posible a esos tres tenores que anidan arriba.

Tal vez era inevitable. El tiempo desgasta las ideas. Y si no se trabajan como se merecen, más aún. Deformada incluso por aportaciones foráneas (Tata vino, llegó y se fue sin entender las claves del juego), el Barça acudió a Luis Suárez para transformar el estilo. Diríase que encontró en el uruguayo le pieza que le faltaba para evolucionar un plan que se hacía obsoleto. Más por falta de trabajo y estudio que por sí mismo. Con Suárez, cuatro meses después, cambió el centro de gravedad del Barça. Un equipo que vivía del centro del campo --Xavi, Busquets e Iniesta será recordada como una manera de entender el fútbol que traspasó el césped hasta colarse en el alma de la historia-- ahora lo considera como una estación de paso.

De aquella pausada sala de máquinas guardiolista se pasó al vértigo de los tres tenores empeñados en vivir lo más deprisa posible. Como su técnico. Es cada Barça el retrato de su arquitecto. El de Pep, un centrocampista de toda la vida, era un tsunami de pases --el rondo como filosofía vital-- antes de encontrar a Messi, Etoo o Henry. El de Luis Enrique, delantero anárquico, desordenado, voraz, agresivo, el gol es, en realidad, el único pase.