Solo hay un dios y un montón de discípulos, de apóstoles. Solo hay uno que está por encima de los demás, que huele a Giacomo Agostini, que se atreve con lo que se atrevió Freddie Spencer, que marca un estilo, una manera de correr e imponerse acariciando y acostándose sobre el asfalto como hizo Kenny Roberts el Marciano y que, sin duda, marcará una época como ha hecho, como hizo, como pretende seguir haciendo Valentino Rossi, el Doctor, que les enseñó a ser valientes.

Ese dios, que ayer, en Silverstone, en una carrera antológica, se peleó, chocó, se batió y derrotó al príncipe de los otros, al rey de los humanos, al líder del resto de la parrilla, a ese muchacho llamado Jorge Lorenzo, ha vuelto a demostrar que puede renovar su flamante título mundial, que logró el año pasado convirtiéndose en el rookie más joven de la historia en conquistarlo. Y puede hacerlo antes de que el Mundial se vaya de gira por Asia y Australia, es decir, a finales de mes en Aragón, pues tal es su ventaja, su diferencia, la bestialidad de su agresividad y pilotaje.

Marc Márquez, que continúa rompiendo normas, récords, velocidades y ángulos (el lunes pasado salvó una caída con el 68% de ángulo), no estaba muerto, simplemente herido. Pero herido en su mente, en su cabeza, pues solo al día siguiente de salir derrotado de Brno por los otros tres magníficos, Dani Pedrosa, Jorge Lorenzo y Valentino Rossi, entendió que todo se debía a un neumático defectuoso. Y, a partir de entonces, sabedor de que la culpa era del caucho, de una fábrica y no de su equipo, ni de su moto, ni de él, por supuesto, se puso manos a la obra de reconstruir su firmamento. Porque alguien tan excepcional solo imagina un mundo victorioso, como el que se ha construido a su alrededor.

La aparición de Márquez en Silverstone, una de las cunas del motor, uno de los pocos circuitos en los que aún no había ganado, se produjo superando por más de un segundo al resto (viernes), machacándolos con la décima pole (sábado), liderando el warm-up (domingo), logrando la vuelta rápida en carreras (fue en el giro 13, justo cuando pasó a Lorenzo y trató de escaparse del mallorquín) y, cómo no, sumando su 11 victoria en una docena de grandes premios.

No era el de ayer un día para los humanos. Era una jornada para los elegidos, para aquellos que quieren marcar una época. Y, aunque los entrenamientos y, sobre todo, la arrancada pareció invitar a un montón de pilotos, a las pocas vueltas ya se vio que los divinos siguen siendo dos, Márquez y Lorenzo, Lorenzo y Márquez. Y se fueron. Y el resto, acaparen títulos (Rossi), años en la categoría con la mejor moto (Pedrosa) o hambre de ser alguien (Dovizioso), no contaban. O solo cuentan de vez en cuando. Estando los dioses, nada.

UN VALIENTE LORENZO Márquez dijo el sábado que estaba "tan bien, tan bien" que tenía varias estrategias y que ya vería cuál emplearía. Frente a un Lorenzo que se atrevió a poner un neumático delantero duro que solo había probado dos vueltas, Márquez descartó escaparse y se enganchó al mallorquín. Pensó, 20 vueltas, lo pasó en la 13. Buen número. Lorenzo se equivocó, se fue largo en una fácil curva de derechas y Márquez se coló. Y se escapó. Se fue. Pero Silverstone es traicionero y, en un bache, se le fue la moto, se abrió y Lorenzo se coló. Volver a empezar.

El año pasado, el mallorquín le ganó colándose por dentro en la curva de entrada a meta. Márquez lo tenía en su cabeza. Entró como cuchillo en mantequilla en la curva 12, Lorenzo empujó, resistió, se tocaron y Márquez pensó "¡será en la siguiente, lo siento!", el mallorquín se tuvo que abrir para trazar la siguiente ("con esta moto no puedo meter la moto como la mete él, ¡a saco!, he de abrirme más") y el niño de Cervera le superó. Y ya hasta meta.