Llega con las manos vacías. Sin la bombilla de mate, esa que le ha unido a Messi y Mascherano desde que aterrizó hace casi tres años de manera furtiva en el Camp Nou, tratado como un delincuente por su mordisco a Chiellini en el Mundial de Brasil.

Llega el viejo nueve, que provocó en silencio y con la complicidad de Messi la mutación táctica en el Barça contemporáneo. Del falso nueve (Leo) al auténtico (Luis), unidos ambos, además, por una amistad que trasciende más allá del campo. Llega Luis Suárez (Salto, Uruguay, 24 de enero de 1987) y se sienta en la cafetería de la ciudad deportiva de Sant Joan Despí en una soleada mañana. No mira el reloj cuando repasa en una larga y relajada entrevista su tortuoso viaje desde Uruguay a Barcelona para formar el tridente, el ataque más famoso del mundo.

-Cuando Rubén Sosa, 'El Principito', le entrenaba en Nacional de Montevideo, ¿podía imaginar usted dónde llegaría algún día?

-No, claro. Tenía entonces 16 años y cuando uno es joven intenta siempre copiar y aprender de sus referentes. Rubén, por lo que había sido en el fútbol y por lo que hacía en Nacional cuando ascendí a Primera, era uno de los míos. Era un privilegio tenerle en el cuerpo técnico ayudándome. Aún recuerdo muchas de las cosas que me decía: '¡Así no le pegue, Luis!' ¡Miréme a mí! ¡Así, sí!

-Estuvo cinco partidos sin marcar en sus inicios, un adelanto del complejo camino que debería recorrer.

-Siempre debes trabajar mucho y duro para lograr tus sueños. No ha sido fácil. Pero nunca tienes que cambiar tu mentalidad. Cuando me fui a Europa seguía haciendo lo mismo que en el Nacional. Luego, al dejar el Groningen por el Ajax hice lo mismo, y del Ajax al Liverpool, igual. Cuando vine al Barça, obviamente, sí que debí cambiar algunas cosas por el club y el estilo de juego.

-Hasta llegó a decir que no se veía jugando en el Barça.

-¡Síii! ¡Dos meses antes de firmar por el Barça lo dije!

-¿Por qué?

-Primero porque el Barça practicaba un fútbol con mucho toque y había poco espacio para mi forma de jugar; segundo, porque Leo jugaba de nueve, de falso nueve, y era imposible quitarle el puesto. Y también porque el Barça había dejado de utilizar un nueve como Etoo. Todo eso me hacía pensar que no tenía posibilidades. Además, estaba acostumbrado al juego largo y físico del Liverpool, similar al de Uruguay, y el Barça no jugaba ni mucho menos así.

-Aun así, vino. Aunque empezó jugando por la banda derecha. Ahí debutó, por ejemplo, en el Bernabéu.

-Es verdad. Era una posición medio extraña, aunque lo había hecho en el Ajax. Y en el Liverpool. Brendan Rodgers me habló de jugar en la banda derecha o en la izquierda porque estaba Sturridge de nueve y no tenía ningún problema. En el Barça había más posesión y tenía que estar más ubicado hasta que el técnico y los jugadores se dieron cuenta de que necesitábamos un referente ahí para la presión y culminar las jugadas, y eso benefició a todo el equipo.

-¿Jugar en el Ajax le ayudó a adaptarse mejor al Barça?

-Muchísimo. En Amsterdam me cansé de declarar mi deseo de venir al Barça. Por todo. Era mi sueño. Aprendí mucho en el Ajax por la filosofía de juego, el estilo, siempre con mucho toque, usando el 4-3-3. Siempre controlábamos el partido. En el Ajax empecé jugando por fuera, porque el nueve era Huntelaar, luego Cvitanich. Cada vez tengo más claro que si he llegado a algún sitio es porque soy muy terco. Nunca bajo los brazos. Es lo que me caracteriza. La gente se sorprende de que en el minuto 90 aún siga presionando. Yo vivo el fútbol así porque nunca me regalaron nada.

-Es algo genético, ¿no? Eso va inoculado en la sangre uruguaya.

-Sí, por supuesto. Uruguay te enseña a eso: a sufrir de chico para conseguir las cosas, a saber lo que cuesta comprarte unas bambas. Te enseña a valorar y disfrutar las cosas.

-Usted llegó a jugar descalzo.

-Claro. Y tanto. Jugué descalzo en la calle, con mis amigos. Y disfrutábamos. Si rompía las bambas, mi madre me decía que no me compraba otras en dos meses. Las mismas bambas servían para jugar, ir al colegio, salir… Pasé por momentos muy complicados. A mis hijos se lo recalco cuando se quejan. Delfina salta cuando Benja, el pequeño, se queja. 'Papi no tenía eso', le dice. Es lindo que tengan esa mentalidad.

-Llegó por la puerta de atrás, sin presentación, sin firma, a escondidas...

-A veces, miro fotos y vídeos de aquellos días en que permanecí encerrado en un gimnasio mini de diez por diez con Juanjo [Brau] buscando lugares para ir a correr sin que te descubra la prensa… Lo pasé mal. Delfina veía jugar al Barça y preguntaba: '¿Papi, por qué no estás vos con ellos?'. Le expliqué la situación, sin mentirle, para que la digiriera.

-Nunca tuvo trato de estrella.

-Nunca. Había visto presentaciones de otros jugadores con el estadio lleno...

-La verdad es que me inquietaba el momento en el que te dan el balón y lo tienes que dominar sin que se te caiga al suelo, ja, ja, ja. Me habría gustado vivirlo pero ya pasó.

-¿Qué siente un delantero cuando mira a la derecha y ve a Messi y luego gira a la izquierda y ve a Neymar?

-Es el sueño de cualquier número nueve tener a los dos mejores del mundo. Hay partidos cerrados que los abren ellos y marcan la diferencia. Soy un privilegiado. Son espectaculares por su forma de ser dentro y fuera del campo.

-¿Todavía le asombran?

-Sí, sí, todavía. En cada entrenamiento, en cada partido. No nos ponen juntos, nos separan, y es imposible quitarles el balón: te ganan en el cuerpo a cuerpo, en la velocidad ni les cuento, ni me desgasto en intentarlo... Están un paso por delante.

-¿Qué es el tridente? ¿Un grupo de amigos? ¿Una marca? Tres jugadores de tres países rivales...

-Si hubiera un partido entre los tres países se armaría un lío... Son los clásicos de Sudamérica. Que los tres nos llevemos tan bien genera una gran imagen. Somos compañeros y amigos. Cuando competimos cada uno deja la vida por su país.

-Y son muy distintos entre sí.

-Totalmente. Ney es un tipo divertido, que disfruta de la vida y ha aprendido a disfrutar con cabeza. Es muy buen compañero que se preocupa por el estado de uno, la familia del otro, de muchas cosas que no se ven. Con Leo la relación es diferente: los niños van juntos al colegio, somos vecinos... Yo veo a Leo como un compañero de equipo, no como al Messi que ve el resto del mundo.

-No debe de ser fácil ser Leo Messi.

-No, no. Conviviendo con él, he visto que es muy difícil y hay que entenderle y comprenderle. Por lo que me ha demostrado dentro y fuera del campo, es admirable.

-¿Y es fácil ser Luis Suárez?

-No se trata de que sea fácil o difícil ser Luis Suárez. Es difícil ser jugador de fútbol a este nivel. Te prohíbe muchas cosas. Pero estoy muy agradecido de poder disfrutar en esta ciudad con mis hijos con actividades que no puedo hacer en Uruguay por muchos motivos.

-¿Por seguridad?

-Por todo. Los niños lo saben y lo sufren. Cuando vamos allá están siempre en casa, a lo sumo en casa de algún primo y salen alguna vez con la madre. Saben las prohibiciones que tenemos allí. Acá les recojo del colegio, los llevo al gimnasio, vamos a tomar un helado, a comer... Acá tenemos nuestro espacio.

-El culé piensa que tiene la mejor delantera de la historia y el tridente lleva dos años cayendo en cuartos de la Champions...

-Duele. Ver las semifinales por la tele duele, sinceramente. Por la calidad que tenemos, desde el portero al último suplente, por lo que somos como equipo y por lo que hemos logrado hasta ahora. Pero hay que hacer autocrítica. Debemos ser conscientes de que con eso no se gana. Se gana dentro de la cancha, sin cometer errores.

-Un mensaje que deben aplicarse ustedes mismos.

-Sí, sí, es un mensaje para nosotros mismos. Con nombres y un partido bueno ya no alcanza. No. No puedes regalar ni un minuto. Regalamos minutos en Turín y lo pagamos muy caro. Hay que hacer borrón y cuenta nueva. Aunque nos duela. El año que viene debemos aplicarnos en no regalar ni un minuto en ningún partido.

-¿El análisis en la Liga es el mismo?

-La misma lectura. No subestimas a ningún rival, pero entras dormido al campo del Betis y terminas empatando; contra el Depor regalas 45 minutos y pierdes. Son cosas que debemos aprender para el futuro. Somos conscientes de que hemos regalado muchos puntos.

-Cuando echa la vista atrás, ¿piensa que ha conseguido lo que se propuso?

-Puedo estar muy orgulloso de todo lo que he vivido y de todas las situaciones que he revertido. He vivido situaciones difíciles de las que muchos no se habrían levantado.

-¿Por ejemplo?

-Lo de Evra, lo de Ivanovic, lo de Chiellini...

-¿Por el suceso en sí o por la reacción de la gente?

-Por todo. Porque me tacharon de racista, de agresivo... Vivo el fútbol de forma diferente porque nunca me regalaron nada.

-Como si a usted no le pegaran los defensas...

-Se me ha criticado algún manotazo que he largado, algún pisotón y yo nunca jamás salí a hablar de un rival que me pegara a mí. Son las reglas del fútbol que pasan ahí adentro. No la puedes tomar con nadie. Uno pega y a uno le pegan. Pero estoy orgulloso de mi carrera por todo lo que viví, repito.

-¿De esa fortaleza en levantarse?

-Han sido muchas. De la última sinceramente, pensaba que me costaría más levantarme. Mis hijos ya eran más conscientes. Lo que más temía era que vieran a su padre como decían los demás que era. He cambiado mucho por ellos. Pero no voy a cambiar mi forma de jugar, mi forma de protestar, de calentarme, porque nadie lo conseguirá.

-No sería Luis Suárez.

No sería Luis Suárez. Quiero enseñarles que estuve mal, y que me pude levantar y salir adelante.

-¿Las celebraciones son dedicadas?

-A Benja, que aún no ha cumplido 4 años, le va quedando todo lo que ve. Me gusta mucho que disfrute. Y Delfi también. A ella no le importa tanto el fútbol y las celebraciones son para demostrarle que estoy pendiente. A ella le duele, por ejemplo, que no puedo ir a verla a las exhibiciones escolares por los entrenamientos, los partidos y porque quiero que sea ella el centro de atención, no yo. A veces acudí tapado con la capucha.

-¿Cuando nace su ilusión por fichar por el Barça?

-Cuando mi novia vino acá. Hay un periodista uruguayo que todavía me dice que nunca olvidará verme acudir a los entrenamientos del Nacional, con 16 años y una mochilita gris con el escudo del Barça.

-¿La había comprado usted?

-Sí, acá en Barcelona en un viaje. Una bolsita de náilon del Barça.

-Fríamente, parece una fábula.

-Sí, hay fotos mías en la Botiga, en el museo, con 16 años.

-Se une la estancia de su novia y que el Barça es un referente futbolístico.

-Claro, es la época de Ronaldinho, de Samuel, Andrés ya está, Deco... Una época impresionante. Más ganas de venir me daban. Por eso dije al firmar que cumplía un sueño. Era mi sueño venir al Barcelona pese a que hubo propuestas de otros equipos que no quise ni escuchar.

-¿Qué pensó cuando supo que el Barça le quería?

-Lloré.

-¿Cómo?

-Lloré. Estaba en el Mundial.

-¿Hasta el Mundial no había oído nada del Barcelona?

-Hablaban de mí, pero hasta el Mundial no supe nada del Barça. Tampoco estaba Luis Enrique. Estaba en la habitación, me llamó Pere [Guardiola, su agente] y no lo podía creer. Me empezó a hablar y no me lo creía...

-¿Y qué dijo su esposa, Sofía?

-No se lo dije en el primer momento porque sabía cómo se pondría de los nervios. Se lo comenté cuando habían avanzado algo las cosas. Y cuando pasó lo del Mundial, me asusté mucho.

-Lo de Chiellini.

-Sí. Pere me llamó para decirme que estuviera tranquilo, que el Barça me seguía queriendo. Me llamó Zubi también. Me acuerdo de que el rato que hablé con Andoni me lo pasé llorando porque no podía creer que me seguían queriendo. El Barça fue un gran impulso para recuperarme.

-Y luego se puso a rezar por que el Liverpool aceptara.

-Sí, sí. Al principio estaba preocupado por mi menisco, del que me habían operado antes del Mundial. Luego estaba preocupado por la recuperación y porque jugara por la lesión... Pero el club supo inmediatamente cuál era mi deseo.