Hace siglos, Cristóbal Colón abrió una ruta comercial que hoy se ha convertido en todo un reto para muchos navegantes. Cruzar el Atlántico a vela es la aventura con la que sueñan los enamorados del mar. En tripulación o en solitario, con el propio barco o con el de amigos, en regata o por cuenta propia, lo importante es llegar al otro lado del charco. Para los marinos, son cuatro las cosas que hay que hacer en la vida: plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro y navegar las 2.800 millas náuticas (5.185 kilómetros) que separan las islas Canarias del Caribe. Una experiencia inolvidable que dura de 15 a 30 días.

Y cada año «entre 3.000 y 4.000 embarcaciones hacen escala en algún puerto canario dispuestas a emprender la aventura atlántica», según explica Rafael Lasso, director de Marina Rubicón. Este puerto ubicado en la costa sur de Lanzarote recibió el año pasado casi mil barcos en tránsito. «Viniendo desde Europa somos la primera isla de Canarias, por lo que acogemos a gran parte de las embarcaciones que hacen la última parada previa al cruce del océano», añade. Una escala que es la puerta del Atlántico y que se dedica a comprar víveres, hacer las reparaciones de última hora del velero y controlar el parte meteorológico antes de largar amarras.

«Desde Canarias los vientos alisios y las corrientes te llevan sí o sí a América, no hace falta ser Cristóbal Colón, llegarías también subido a un barril», comenta el director comercial de la Autoridad Portuaria de Las Palmas, Juan Francisco Martín, quien recuerda que también hay yates de motor que se enfrentan al reto atlántico y que en las islas repostan dos millones de toneladas de combustible al año.

Las salidas se concentran entre octubre y finales de febrero, cuando las condiciones meteorológicas favorecen el viaje. Aún así, siempre existe el riesgo de verse atrapado en las garras de una tormenta. «La travesía es dura incluso cuando hay buen tiempo, y no tienes escapatoria, porque a cierta distancia los vientos, las corrientes y el oleaje te arrastran y ya no puedes volver atrás», advierte David Ruiz, que se ha embarcado en este desafío tres veces.

Las roturas del mástil o del timón provocadas por el mal tiempo figuran entre los mayores riesgos, junto a las colisiones contra una ballena o un container a la deriva, que pueden abrir una vía de agua en el casco. «Son peligros que tenemos todos en la cabeza, pero es que es precisamente este riesgo el que te atrae», confiesa Ruiz. «A mí me da más miedo caerme al agua por una ola que no me espero, o por un bandazo del barco, por cualquier tontería. Si vas solo el barco sigue navegando y tú te quedas allí, en el océano», advierte la navegante Pilar Pasanau.

Una regata de 220 barcos

Una forma de minimizar estos riesgos es hacer la travesía en el marco de una regata transatlántica, que cuenta con un dispositivo de seguimiento de la flota participante que da más seguridad. Es el caso de el famoso Atlantic Rally for Cruisers, que parte cada noviembre de Las Palmas rumbo a la isla caribeña de Santa Lucía. Se celebra desde 1986 y reúne a unos 220 veleros y 1.200 personas de casi todo el mundo, en muchos casos parejas de jubilados o familias con niños, en un ambiente muy poco competitivo.