Un año entero, 18 grandes premios de disputas, de roces, de adelantamientos, de triunfos y derrotas, de lucha cuerpo a cuerpo... Todo se decidió en un segundo, en ese segundo eterno en el que Nico Rosberg se quedó patinando en la arrancada, presa de la ansiedad, de los nervios o de una mala configuración de los reglajes de salida de su coche. Un segundo en el que vio pasar a Lewis Hamilton como un tiro a su lado, un segundo en el que por su cabeza pasó toda una temporada, toda una vida con la ilusión de emular a su padre Keke como campeón del mundo.

Su única opción era hacer valer su pole para liderar la carrera y que un Williams se colocará entre él y Hamilton, pero todo sucedió al revés. El inglés le adelantó, Valtteri Bottas se perdió y Felipe Massa fue quien casi le arrebata la segunda posición al alemán. Adiós a la carrera, adiós al título, porque cuando Hamilton se coloca líder, cuando no tiene distracción alguna, es imbatible, al menos para Rosberg, al menos desde mitad de temporada, tras aquel Gran Premio de Bélgica, aquel choque entre ambos que marcó un punto de inflexión. Allí Lewis le comió la moral. Desde aquel encontronazo en la frenada de Les Combes, Hamilton supo sacar mejor rendimiento a su coche, con más ritmo, más consistencia. Ni siquiera sus errores en las cronos minaron su moral. Al contrario, supo remontar siempre en carrera frente a su compañero con la excepción de un solo gran premio, el de Brasil.

En Interlagos cometió un error al intentar dar caza a Rosberg, pero esa posibilidad, la de obsesionarse con ganar, con adelantar, se desvaneció en un segundo, el que empleó en adelantar a Rosberg en la salida, que esta vez sí fue el momento decisivo de todo gran premio. A partir de ese instante se sintió aliviado, ganaría el título con un nuevo triunfo, el 11º, como él quería.

A Rosberg ni siquiera le quedó la esperanza de una estrategia distinta. Toda la unidad de recuperación de energía (ERS) comenzó a fallar en su Mercedes. La avería que el alemán esperaba en el coche de su compañero se ensañó con él y 180 caballos de los 750 totales de su coche se fueron al limbo. Empezó a rodar más lento, primero dos segundos, después tres. "Box, Nico, box", le ordenaron desde su garaje cuando Hamilton estaba a punto de doblarle. "Si me dejáis, prefiero permanecer en pista hasta el final, quiero acabar", contestó.

Y lo hizo con orgullo. El alemán finalizó fuera de los puntos (14º), pero llevó su coche a meta, para bajarse y subir al antepodio a felicitar a su compañero de equipo en un gesto que le honra, para abrazarse con su gran rival, con su compañero desde el kárting, con esa pareja que ha disfrutado como nadie de un portentoso Mercedes, un coche histórico.