La pasada temporada, el Córdoba sumaba en la segunda jornada cuatro puntos. En la jornada 7 alcanzaba los 14 puntos y estaba en ascenso directo. El Getafe era penúltimo, el Tenerife tenía apenas la mitad de puntos, ocho, y se colocaba decimocuarto. El Girona tenía nueve puntos y era noveno en la tabla. Apenas acababa septiembre y el Cádiz perdía en casa con el Oviedo y se quedaba, también, en ocho puntitos.

En la temporada anterior, la cosa no fue mucho mejor, pues el cambio resultó más brusco. Con la defensa más corta de la categoría, el Córdoba se desangraba y soltaba lastre continuamente de todo lo que lograba una tripleta que, posiblemente, haya sido la mejor en muchos años que se haya vestido con la blanquiverde. O, al menos, de las más efectivas y/o productivas. También entonces se lanzaron las campanas al vuelo a pesar de las voces que avisaban del reguero que iba dejando el equipo, entonces de Oltra, a su paso. A pesar de firmar la mejor primera vuelta en Segunda sólo le metió en las frustrantes eliminatorias un milagrero mes de mayo.

Superados esos dos duros trances (arrancada de caballo, parada de burro), la esperanza pasa por dar la sorpresa. Ya no es el recién descendido. No es de los que más invierten. De hecho, no lo fue ni cuando acababa de descender. Ahora se aluden a los Getafe o Levante de la pasada campaña o a los Granada, Sporting y Osasuna como inaccesibles «por su inversión económica». El Córdoba no disfrutó de aquella etiqueta. No se lo permitieron.

La numantización del club de El Arcángel es clara y se apela ya a lo inesperado, a una gran actuación en los despachos para que lo que hay en el césped, mucho más barato de lo que tienen otros ocho equipos (al menos), rinda más que la mayoría, lo cual añade una doble dificultad. Al nada fácil acierto en la elección, planificación y diseño de una plantilla, se suma el peculiar estilo (por llamarlo de algún modo) en el que se diseñan (?) las plantillas blanquiverdes en las últimas temporadas. Sí, también en esta.

Siempre se ha dicho, no sólo en el fútbol, que ante la escasez económica se imponen las ideas, la profesionalidad, el conocimiento y la seriedad. Ocurren los accidentes y cuando no hay ni dinero ni nada de lo anterior se puede llegar al éxito, aunque con él suele ocurrir aquello de que «tan fácil como llegó se fue».

El Córdoba afronta una temporada en la que estará, teóricamente, en un nutrido pelotón que puede abarcar desde las cercanías de las eliminatorias de ascenso hasta el descenso a Segunda B. Ni más ni menos que lo de hace unos meses, cuando se salvó de la caída al pozo en la penúltima jornada, convirtiéndose la última en una prolongación de la fiesta que traía un Girona que ya era equipo de Primera.

Por lo tanto, lo mejor que le puede ocurrir a este Córdoba es que no se lancen las campanas al vuelo por un triunfo (o por dos o por diez), sobre todo desde dentro del propio club -esa memoria...-, ni que se llame a los sepultureros ante dos derrotas. Eso sí, bien se haría desde El Arcángel en mirar lo que hacen los demás, tanto en el diseño de sus plantillas como en los planteamientos generales del primer equipo. Lo demás, como en el pasado, no dejaría de ser un nuevo intento por inventar en el fútbol. Y ahí, como en tantas otras cosas, ya está todo inventado. Como demostraron los recientes y reiterados fracasos. Y en los próximos cinco días queda bastante trabajo por hacer aún.