Se conocieron el sábado en el Bernabéu. Tal vez, el peor día, visto lo visto, sobre todo en la desastrosa segunda parte ante el Madrid. Pero Messi, Neymar y Suárez no habían coincidido nunca en el campo con la camiseta del Barça. En el debut del tridente (69 minutos estuvieron juntos), llegó la primera derrota en la Liga. El punto de inflexión, quizá, en la gestión de Luis Enrique. Hasta el sábado, el técnico había ido mezclando lo viejo con lo nuevo en esa contradicción ideológica, natural en todo proceso de transición, que azota ahora mismo al Barça.

Se debate entre el juego más acelerado y vertical que encanta a Luis Enrique con el toque delicadamente elaborado desde la paciencia instalado en los genes de los jugadores, en una cultura que arranca desde 1988, tras la llegada de Cruyff. Ahora, el punto de gravedad del equipo se sitúa más arriba. Ahí se reúnen en el balcón del área tres estrellas de dimensión mundial: Messi, Neymar y Suárez. Obliga, por lo tanto, al técnico a reajustar el equipo en función de esos delanteros que, por si solos, serían figuras únicas en cualquier otro gran equipo del mundo.

En realidad, Luis Enrique lleva trabajando en ese dibujo táctico -la fórmula para arropar al tridente- desde que llegó al Camp Nou en julio. Trazó un plan para conectar a Suárez con Messi y Neymar -más sincronizados que nunca estos dos últimos-, aunque, curiosamente, la tarde en que se conocieron en el Bernabéu alteró muchas cosas el técnico. Al inicio del partido, el uruguayo ejerció más de extremo derecho que de nueve. Sirvió dos excelentes, y a la vez distintos, pases largos. A Neymar, el origen del 0-1. Y a Messi, el origen de la parada salvadora de Casillas, tal vez la jugada que cambió el clásico. Pasó bien Suárez, pero no remató ni una vez a la portería madridista.

El Barça, como se comprobó en París (allí sin Suárez) y luego en el Bernabéu, necesita fortalecer su estructura defensiva para sostener a ese majestuoso tridente y evitar, sobre todo, que se desconecte del juego. Entregarse de manera incondicional a los tres puede ser tan fácil tentador -en cualquier acción pueden desequilibrar un partido- como peligroso. Si solo se vive de ellos, el equipo desatendería tareas esenciales para ganar los partidos grandes, los que dan, al final, los títulos.

En París fueron errores individuales: pérdidas de balón de Alves, Alba y despiste de Rakitic unido al error de Ter Stegen. En el Bernabéu, en cambio, fueron problemas estructurales, más allá de la mano de Piqué, la descoordinación defensiva en el córner de Pepe y el lío entre Iniesta y Mascherano. Ahora, el Barça debe ser fuerte en las dos áreas obligado a no renegar ni abandonar la verdadera esencia: el juego de posición. Sin orden ni control, por mucho tridente que tenga, será vulnerable.