Volver a subir la cascada de hielo del Khumbu no era agradable. Esta era la sexta, pero podría ser la última, y eso nos animaba a continuar y nos daba fuerzas. Además teníamos que subir de un tirón hasta el Campo II a 6.400 metros, algo que para nuestros compañeros de equipo (catalanes, vascos y la sevillana Lina Quesada) no les suponía demasiado, pero para nosotros, sin embargo, era un gran esfuerzo. Pero llegamos. La planificación debía de ponernos en la cumbre el día 21.

Llega el momento de los partes de la méteo que Javier Berrueco nos enviaba puntualmente desde Córdoba, diseñados por Juan A. Navarro y Juan R. Pérez, de Meteocabra, que determinaban con gran probabilidad que este sería el único día bueno pero hasta una cierta hora: "Hacer cumbre antes de las 12 horas y bajar rápido". (Al final esto se demostraría muy cierto). El resto de la planificación en Córdoba consultada a Pablo Luque, de Cima 2000, y nuestros compañeros Néstor y Javi Baena para hacerse eco de todo a través de Internet, confrontaban el resto del equipo de seguimiento para esta noche, todo estaba listo.

A partir de aquí comienza la parte final de todos estos ultimos años, ya no hablamos de horas, días, semanas o meses.

La subida al campo III es muy vertical y más técnica, más adaptada a nuestras posibilidades, por eso llegamos con tiempo de descansar e hidratarnos.

La subida al Campo IV era la prueba de fuego porque estaba muy lejos y muy alto. Situado en el collado sur, llamado la zona de la muerte . Empezamos a consumir oxígeno a partir de los 7.500 metros para intentar no mermar demasiado las fuerzas para el día siguiente, el definitivo, el de la cumbre. Efectivamente llegamos muy tarde, a las 18 horas, para salir hacia la cumbre sobre las 21 horas.

Sobre las 21.30 horas salimos. El tiempo bueno, muy estable, no disimula el frío creciente. La ruta se pone muy vertical, a la derecha pasa desapercibido por la oscuridad un cadáver congelado (a la bajada todos tuvimos que pasar por su lado y verlo). Al llegar al balcón (8.500) comienza a amanecer y consumimos la primera botella de oxígeno. A partir de aquí, ya con luz solar. Las protagonistas fueron las maravillosas vistas de todo el Himalaya a nuestros pies, el frío intenso y las esperas en las colas. Demasiada gente, en muchos casos demasiados novatos.

Así llegamos a la cumbre sur y a pesar del agotamiento extremo, desde esta cumbre se divisa, bajando, el escalón Hillary y la cima principal.

El escalón es el tramo de roca y hielo más delicado y peligroso. Colas, torpeza por el agotamiento. Una suma de condiciones que lo hacen especialmente peligroso. Una vez superado este tramo solo es aguantar una travesía que nos sube a la cima.

Sobre las 10 de la mañana, primero José Baena y poco a poco todo el grupo, nos juntamos y celebramos la cumbre.

En la bajada es donde se complican todas las condiciones y se hace especialmente peligrosa. Llegamos al Campo IV repartidos entre las 5 y las 6 de la tarde. Alguno de los que compartían cima ese día con nosotros nunca bajará. Otros bajaron en muy mal estado o con congelaciones. Everest no es un juego.

Tardamos tres días en bajar al campo base, en medio de la ventisca, todos más o menos sanos, pero agotados. La montaña nos lo ha permitido esta vez.