La brecha abierta, desde hace ya demasiado tiempo, entre lo que es el Córdoba como club, como institución y el propio equipo parece agrandarse paulatinamente. Cuando el equipo tuvo algún éxito o momento álgido fue el club el que corrió a pregonar la buena situación en la clasificación, los esperanzadores resultados, para usarlos como arma arrojadiza contra aquellos que no estaban de acuerdo con la propia política de la entidad. Como si una cosa y otra tuvieran que ver. Pero esos tiempos se pierden ya en la memoria, por lo que las polémicas hay que crearlas de alguna manera. Eso sí, con el mínimo esfuerzo, al igual que esa «política deportiva» del club, en la que Álex Gómez anunció que «invertiría muchísimas horas». Porque hacerlo con dinero, ya tal.

Lo ocurrido sobre el césped debería preocupar. Y mucho. Pero el club se gusta en ese ambiente de polémicas extradeportivas que, en caso de no aparecer, son generadas desde la propia entidad. La última, los destellos del bombo del grupo de animación que se sitúa en el fondo norte y que molestaban al palco. Bueno no, a los jugadores del Numancia. Que no, que al plano máster de televisión. Espera, que el árbitro no refleja nada en el acta, así que a los jugadores del Numancia no. La realidad a pie de calle siempre le explota en la cara a este Córdoba, que se las ve y se las desea para intentar argumentar motivos cuando la razón cortijera es alumbrada por el destello. Por lo tanto, habrá que quedarse con el argumento del propio empleado de seguridad, que hasta en dos ocasiones insistió en que «molestaba al palco». Por cierto, que se podía haber subido el instrumento unas filas, a la sombra, y solventada la incomodidad de la zona noble. Pero el partido estaba para lo que estaba. Para liarla.

Lo del videomarcador ya se ha explicado. La clientela llegada al calor de una Primera reciente y precios de saldo distorsiona mucho como para calificar «afición» a toda la grada de El Arcángel. Es como llamar «cantera cordobesa» a los equipos de los escalafones inferiores. Una vez que esa clientela desista, incluso con precios bajos, se podrá valorar con más exactitud a esa afición que, por otra parte, nunca jaleó ni censuró goles ajenos ni en tiempos de La Frontera de las Camisas en el marcador simultáneo.

Y, mientras, abajo en el césped,se intentaba jugar un partido de fútbol. «Oye, ¿y el equipo?», me preguntó ayer un amigo que comenzó la conversación con todo lo relatado anteriormente. Pues el Córdoba, mientras, continúa en el filo de la navaja y con un panorama nada halagüeño. Si en los tres encuentros anteriores promedió cinco disparos entre los tres palos, el sábado, sólo uno. Si promedió 19 balones al área, ante el Numancia se quedó en siete. Si su promedio era de 108 jugadas por partido, el sábado bajó de 90. Si llevaba una media de más de 12 disparos, en el último partido se quedó en siete. Carrión fue superado por Arrasate. Y lo que salvó al Córdoba fue que los castellanos podrían seguir a estas horas en el césped que no lograrían marcar. Casi nueve horas de competición sin hacerlo llevan ya. Así, el técnico escuchó las peticiones públicas de Markovic y otras sobre Sebas Moyano e hizo lo que tenía que hacer. Contentar a unos y a otros.

Mientras todo eso pasa, la leve evolución floreada vista ante el Zaragoza (más el milagro contra el Alcorcón) se quedó en el limbo. O más bien en el bombo. Y el descenso se sitúa a menos de un partido de diferencia.