Nadie se lo quiso perder. Todo aquel cordobesista que pudo consiguió su entrada, ya fuese acogiéndose a la promoción de precios populares o rascándose el bolsillo. El ambiente fue espectacular desde el principio e incluso antes, en los prolegómenos del partido. Porque había tanta expectación en torno al choque ante el Sporting, tantas ganas de ver en directo al Córdoba salvarse, que la afición salió de casa rumbo a El Arcángel mucho antes de lo normal. Dos horas antes del inicio ya había pequeños grupos de cordobesistas rondando por el estadio, con los bares cercanos al recinto hasta los topes.

Cuando comenzó el partido la tensión fue máxima. Fueron los minutos de mirar constantemente el móvil, de sintonizar las emisoras de radio para estar al tanto de cada marcador de los rivales por la permanencia. Pero lo que se esperaba que sería una noche de transistores se convirtió en un auténtico ambiente festivo. Porque el tempranero gol de Sergi Guardiola quitó un enorme peso del pecho de los aficionados, que iban relajándose conforme se enteraban de goles que beneficiaban al Córdoba, como los anotados por el Numancia. «La Cultural va perdiendo», se repetían unos a otros, y en los dos fondos se celebró de forma audible cada tanto encajado por el equipo leonés, que protagonizó la cara amarga de la jornada y de la temporada.

Pero pocos motivos hubo para el llanto en la grada de El Arcángel, al menos para el llanto negativo. Las lágrimas fueron de felicidad al término del partido, pero aún quedaba para eso. Porque los 90 minutos dieron para mucho, incluso para que el típico compañero de fila pesimista le comiese la cabeza a los de su alrededor con el «verás tú». Pero no hubo nada que ver. Porque pronto al gol de Guardiola le acompañó el de Quintanilla, celebrado con un jolgorio espectacular por los siete amigos vascos que vinieron desde Bilbao para presenciar in situ el partido. Fueron invitados por Álex, e incluso un par de ellos durmieron anoche en su casa cordobesa. El viaje de 700 kilómetros en furgoneta entra ya dentro de la otra historia, la del fútbol de verdad, la de hinchas que se recorren España entera por un club, por un jugador, por un amigo. Quintanilla se lo merecía. El Córdoba se lo merecía. La afición, la ciudad, el entrenador, sus ayudantes, el presidente, el director deportivo. El empeño puesto por este nuevo Córdoba de Jesús León pudo con la decepción de la primera vuelta gracias al enorme empeño y esfuerzo de cada componente del club.

La fiesta vivida en la grada fue total, desbordante desde el fin del partido, y continuó por la noche en cada bar, en cada plaza y en las Tendillas, a la que acudieron unos 200 seguidores del Córdoba. Sí se pudo, y qué felicidad se le queda a uno dentro con este logro, que es el logro de una ciudad. Enhorabuena.