Hay que remontarse al 2002 y a Jennifer Capriati para encontrar una campeona estadounidense de Grand Slam que no se apellide Williams, pero eso cambiará este sábado. Tras unas semifinales “all American”, las jóvenes Madison Keys y Sloane Stephens se disputan el título en el Abierto de EEUU. No solo hay un relevo listo para Serena, dueña de 23 grandes a sus 35 años, la tenista estadounidense que ha dominado el circuito desde 1999 y a la que han alejado este año de las pistas el embarazo y la reciente maternidad. La nueva generación vibra.

“Para el tenis estadounidense ya no hay interrogante, la prueba está aquí, es un hecho”, decía el jueves Stephens en la pista Arthur Ashe. A sus 24 años, la joven acababa de impedir a una veterana como Venus Williams, 37 años y siete grandes a sus espaldas, alcanzar la tercera gran final del año tras las de Australia, que perdió con su hermana, y la de Wimbledon, donde cayó ante Garbiñe Muguruza.

Era la misma idea que, un par de días antes, había expresado Keys en la sala de prensa cuando ya se sabía que su rival en su semifinal sería su compatriota CoCo Vandeweghe (la única jugadora blanca de las semifinales y a la que apabulló el jueves con un 6-1 y 6-2 en poco más de una hora de juego). “No puedo decir cuántas veces me he sentado en esta silla y he tenido que escuchar lo horrible que es el tenis en EEUU. Dos semifinales y una final “all American” se sienten tan bien...”

El orgullo de las barras y estrellas anda exaltado, especialmente al garantizarse un triunfo estadounidense en el grande en casa. Permite en cierto modo, además, olvidar la sequía que sí se siente agónica en el tenis masculino de EEUU. Andy Roddick fue el último número 1 y el último campeón de Grand Slam, allá por 2003 (cuando ganó la final en Nueva York ante Juan Carlos Ferrero).

Promesas cumplidas

El duelo es también especial en lo personal para Keys y Stephens, muy buenas amigas fuera de las pistas, y unidas tanto por las grandes expectativas que se pusieron en ellas cuando eran solo adolescentes como en su capacidad para retornar con esta fuerza tras sendas lesiones.

La más grave fue la de Stephens, la tenista que en 2013, a los 20 años, apeó a Serena del Abierto de Australia para alcanzar las semifinales, su mejor resultado hasta este año. En agosto del año pasado tuvo que retirarse por una fractura en el pie izquierdo y cuando regresó hace cinco semanas al circuito, casi un año después, ocupaba el puesto 957 de la clasificación mundial.

“Al volver no tenía todas mis herramientas, no sabía si iba a poder correr tras cada bola, no sabía si mi potencia y timing iban a seguir ahí, no sabía si todo iba a seguir bien”, ha explicado. “Lo único en que podía confiar era en mi lucha y en asegurarme de que cada vez que estaba en la pista lo daba todo”.

Dos veces al quirófano

Esa determinación le llevó a semifinales en Toronto y Cincinnati y a ir escalando rápidamente posiciones en el ránking. Pero ha sido en la cita más importante, el grande neoyorquino, donde su promesa se ha vuelto realidad.

La de Keys es una historia similar. Tras alcanzar semifinales en Australia en 2015 nunca pasó de una cuarta ronda en un grande. Una lesión en la muñeca le hizo pasar dos veces por el quirófano el año pasado y no volvió a las pistas hasta marzo.

Durante el Abierto australiano, de hecho, las dos amigas fueron espectadoras por televisión. Se cruzaban mensajes de apoyo. Ninguna de ellas pensó que el sábado estarían donde van a estar. Ahora se ríen. Y el país está dispuesto a entregarse. A una o a otra. O a las dos.