Gracias por una noche así.

En la Feria siempre pasa algo. Incluso que el Córdoba gane 0--3.

Ya he desvelado el final, pero es lo de menos. Si han llegado hasta aquí, lo sabrán de sobra.

Si nunca has besado a una chica, en la Feria besarás. Beberás lo que nunca. Hasta fumarás.

Abrazarás. Anochecerá sin que te des cuenta. En la Feria las horas pasan rápido, incluso las de un partido del Córdoba.

Bailas música que odias y te comes una hamburguesa gigante a la que parece imposible meterle bocado, mientras tu amigo y tú tratáis de solucionar la vida, sentados en la chapa de un puesto de comida rápida.

Sentarse es la clave. Pero no es fácil.

En la Feria estás de pie sin darte cuenta. Tragas polvo y la ropa está asquerosa. Pero es la Feria, y te da igual. Imagino que como a ese fanático que aguantaba los noventa minutos del partido de pie, sin camiseta, en pleno enero, cuando todos nos moríamos de frío.

En la Feria no te das cuenta si es de día o de noche hasta que sales fuera a respirar.

En la Feria pasa todo lo que quieras, pero casi nunca nada de fútbol. Desde luego, nada bueno. Y, sin embargo, hay un rincón que aguanta, que decide poner un proyector, apaisado y no excesivamente grande, y entonces los futbolistas empiezan a correr por la pared. La música sigue sonando, sobre todo sevillanas, y resulta curioso ver un partido así, sin comentaristas, sin sonido ambiente, con un continuo desfile de chicas que van al baño, huyendo de las enormes colas de casetas aledañas.

Cojo una silla de plástico y me siento. Me critican los de atrás, aunque no soy el único. Nos gritan a todos, nos llaman come pipas, aunque lo único que veo son bocadillos de lomo, nos llaman tribuneros, y más cosas que no puedo apuntar porque apenas tengo batería en el móvil. Yo no me lo tomo a mal. Sé que tienen ganas de animar, y como hacerlo a los jugadores es estéril porque están a 800 kilómetros, es normal que se piquen con nosotros.

Yo no grito, pero me voy quedando sin voz. Hagas lo que hagas en Feria, vas a acabar sin voz y con la batería en rojo. Aunque no hayas hecho ni una llamada.

El segundo gol me viene muy bien, igual que cuando hay una canción que es infumable y aprovechas para ir al servicio. Pero la cola es tan larga que vuelvo con la repetición del tercero.

Podría mirar en internet cómo han quedado los demás, pero eso supone una canción menos en el camino de regreso.

La vuelta a casa es maravillosa si consigues un asiento en el autobús. Tal es la sensación de placer que quieres todos los semáforos en rojo para estirar el viaje. Y más aún si con el 1% de batería te sigue sonando música. Qué feliz regresas con tus auriculares, pensando en todo lo bueno que te ha pasado hoy.

Ves amanecer. Es la única vez al año que desayunas churros con chocolate, por supuesto sentado, con dos botones de la camisa desabrochados. Luego caminas y te paras ante el kiosko, que ya está abierto. Ojeas las portadas y con un poco de disimulo abres un periódico por la sección de deportes. Ves la clasificación y te sorprendes.

Pero cuidado. Solo cuando te levantes, quién sabe a qué hora y cómo, comprobarás si todo lo que pasó anoche fue real, si sirvió para algo y, sobre todo, si quieres que continúe.