Cuando era pequeño y escuchaba el sonido morse en la radio que anunciaba un gol me ponía nervioso, por si era en el campo donde jugaba el Córdoba.

A la salida del pueblo oía cómo las retransmisiones salían del zaguán de las casas. Siempre el mismo soniquete, o el de un transistor en la peña del jubilado junto a las fichas del dominó, mientras algunas mujeres paseaban por caminos de tierra a las afueras. Atardecía y salíamos del pueblo en coche dejando a un lado a esas mujeres ajenas a tanto gol. Todo ocurría entre las cinco y las siete.

Hoy suenan cohetes en la plaza de la iglesia, donde se reúnen unas jóvenes vestidas con trajes de flamenca. El coche vuelve a la ciudad, pero ya sin el sonido de antes. No hay nervios, porque todo el protagonismo es para el Córdoba, que aprovecha sus últimos domingos de exclusividad en la radio. Con los blanquiverdes solo coincide el partido del Llagostera y alguno de Segunda B con el que conectan por aburrimiento. Hablan del Murcia, donde hace menos de un año empezamos a subir a Primera.

Nostalgia.

Hablan en la radio de que sorprende ver al Córdoba tan abajo y uno deduce que ese comentarista ha visto pocos partidos.

Carretera es cambio de provincias, de dial, se va la emisión, siempre se pierde cuando más atento estás a lo que dicen. Cambias y al principio buscas tu favorita, pero tras una vuelta entera ya te conformas con cualquiera.

El Córdoba no tiene competencia, pero su partido transcurre entre comentarios de un combate de boxeo, publicidad y las famosas rondas cada quince minutos que en su tiempo resultaban divertidas pero que ahora son una repetición de la anterior.

Olor a gasolina. Parada en el camino. Apago la radio, estiro las piernas, miras a otros coches y piensas de dónde vendrán. La camiseta se ha pegado a la espalda. Mientras la radio no esté encendida es como si nada pudiera ocurrir. De chico la apagaba cuando el Córdoba iba ganando porque así pensaba que no se podría mover el marcador.

Los domingos de regreso tienen mucho de nostalgia y el sonido de los goles te recordaba que al día siguiente era lunes y tenías que volver al colegio. Te agobiabas si no habías hecho las tareas, pero te resistías a apagar la radio. Ahora no hay goles en ningún sitio, venga publicidad, jamones, alguna ocasión y burlas por el peso de Ghilas. Que si el peto le queda muy ajustado, que con él calentando en la banda no cabe ni uno más, que si lo mejor que puede hacer el Córdoba es pinchar el balón...

No quitas la radio. ¿Y en casa?

-- Me voy a la sierra.

-- Me pongo a coser.

-- Ya he colgado el cuadro de Sara en la pared.

Sigo al volante pensando en lo aburrido que tiene que ser este partido para alguien que no sea del Córdoba o del Villarreal. Pienso que el año que viene estaremos perdidos entre la marabunta de la Segunda, que ya no se sabrá nada de nosotros.

-- El cuadro de Sara se ha caído.

Hablan en la radio de que Cartabia ha hecho cositas este año y me indigno, pero también que Juan Carlos ha hecho siete paradones y otras tantas cantadas. Empiezan a hacer cálculos sobre la permanencia, a poner ejemplos de heroicidades, más por rellenar que por convencimiento.

El final del viaje, del partido.

Coincide con la entrada en la cochera. Saca las maletas, lavadora, el despertador, la mochila del colegio. El domingo se solía cerrar con el choque más interesante de la jornada, a las nueve de la noche, y con un resumen de todos los demás goles en la tele. Me daba rabia tener que perdérmelos porque me quedaran tareas por hacer o porque tuviera un examen al día siguiente. Ahora está a punto de empezar el Éibar -- Celta. Así que coloco el cuadro que se ha caído de la pared y hago, en silencio, la cena. Las fotos del viaje se descargan en el ordenador y enciendo spotify.