Qué tendrá el fútbol. Un amigo casi más cerca de los 40 años que de los 30, con dos bebés, trabajo de mañana y tarde, no tiene tiempo, dice, por eso no va a la piscina, pese a que la tiene debajo de su balcón, no coge su flamante bici, adiós a las clases de inglés, ni hablar de las de italiano, y eso que la profesora vive dos bloques más allá, nada de salidas nocturnas, nada de nada de nada. Pero llega el fin de semana... y bueno, ya saben.

Ha dicho mil veces que lo va a dejar, que no es sano, que enfrentarse a nenes de 20 años es deprimente y antinatural, que lo único que va a conseguir es que le partan la pierna, que pasa más kilómetros en el coche que en el césped, que todos sus amigos ya lo dejaron. Por no hablar de los resultados. Un fin de semana les meten ocho, al otro cuatro. Rara vez ganan un partido.

Lo había dejado, dice.

Supuestamente lo había dejado.

Nada.

Que ha vuelto.

No volveré a creerle.

Qué le lleva a seguir castigando su cuerpo así es algo que no entiendo. Es como el que se pone delante del televisor un sábado a las seis de la tarde. Ganas de flagelarse.

Es complicado contar algo nuevo cuando todos los fines de semana pasa lo mismo.

Es complicado no caer en el derrotismo.

Complicado escribir de fútbol.

Llamaré a mi amigo y le preguntaré cuál es su truco.

¿Y mientras tanto, qué?

Podría dejar las tres columnas y media en blanco y no pasaría nada.

Debemos tener una cosa clara. Se nos ha ido la flor. Lo siento, estimado Alejandro, solo con el apellido no te vale. Más nos fastidia a nosotros, pero me da que hay poco que hacer.

Volvemos a nuestro sitio.

¿Y si vas a casa de tu padre? ¡Por favor, corre a casa de tu padre! Ve y busca entre los cajones, en el trastero, en el jardín... ¡busca y encuentra esa dichosa flor!

Buah, da igual, no te molestes en ir. Eso se lleva dentro, no se puede vender, ni siquiera prestar. Pero si te la pudiera dejar al menos unas semanas...

¡Volveremos, volveremos!

¡Que ya estamos!

Bienvenidos al cincuentapuntismo, a las penurias, ¿se acuerdan de cómo era? Es un proceso lento, pero nos iremos acostumbrando.

A todo se acostumbra uno.

Pero va a costar, eh. Fueron cinco años tan bonitos...

¿Por qué te fuiste, Carlos?

¡No, no! No es la solución acordarse de él.

Aprenderemos a vivir sin ti.

¡Pero por qué has sido tan egoísta! ¿No has pensado en nosotros, en lo vacíos que nos íbamos a quedar?

¡Que no! ¡Que no te voy a escribir ni a suplicar! Quédate con tu flor, entera, empáchate de flor, cómetela si quieres, que yo me voy con mi amigo a un campo de albero.

No será lo mismo, lo sé, pero sobreviviremos.