Definitivamente, éste es otro Córdoba. El pasado sábado se cumplieron los primeros 100 días de Alejandro González como nuevo presidente del Córdoba por designación de su padre y propietario de la entidad blanquiverde. No es otro Córdoba por el cambio en el sillón, algo por otra parte previsible, sino porque el Córdoba ha regresado a aquello de lo que se intentaba huir.

Adiós a aquellos años en los que había que «vender para crecer», aquellas temporadas en las que «el que no pueda aguantar la presión para subir que no venga». También época en la que «el sitio del Córdoba ha de ser en Primera». De hecho, lo primero que dijo el nuevo presidente fue aquello de «cada año en Segunda es un fracaso para el Córdoba». Aunque también aseguró que «haremos lo que tengamos que hacer» para mejorar el equipo. Nueve días antes de abrirse oficialmente el mercado invernal de fichajes.

Aquella presión, aquella tensión, aquella exigencia, aquella aspiración pasaron a mejor vida después de ingresar más de 62 millones de euros en sólo tres temporadas.

Y el Córdoba parece entregarse a la vida slow. Hay que desacelerar todo. ¡Paren máquinas! Trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

Vivir a matacaballo es superficial. Lo profundo es hacerlo con tranquilidad. La lentitud no es ineficacia -¡ay, qué tiempos aquellos en los que se quería todo y se quería ya!-, sino equilibrio. ¿Una lesión de seis meses en una defensa exigua? Slow. ¿Un futbolista pide irse? Slow (y hasta flow). ¿Que se comienza con dos delanteros? Slow. ¿Que se lesiona uno en la parte final de la temporada? Slow.

De ahí viene, lógicamente, el ecologismo que también acompaña a una actitud ante la vida tan conectada con la misma tierra, con la hierba, con el césped de El Arcángel. Edu Ramos puede jugar como central, también Luso Delgado. Pedro Ríos como carrilero y terminaremos viendo, después de la chilena del domingo, a Héctor Rodas como delantero de referencia con Rodri como acompañante. El entrenador logra ver lo que nadie atisbó: que el equipo desarrolla un nivel de fútbol que ningún rival alcanza en la categoría después de transformar, recolocar, reutilizar y hasta reciclar media docena de sistemas y a todos los jugadores menos a los porteros. A los que, por cierto, también los sentó en el banquillo y volvió a dar titularidad.

Dejar que las cosas se solucionen, tanto en el campo como fuera de él. Esa parece ahora la actitud del club, tanto para lo que hay que resolverse fuera como para lo que tiene que arreglarse en la caseta. De ahí que ante esa nueva actitud ante la vida, ante la competición y ante casi todos, aparezca la reivindicación, la exigencia -esta vez sí- para los demás: ¿Qué más quieren?