Es difícil dar otra imagen distinta de lo que se es cuando se juega proyectado a un espejo. Cada vez es más evidente la dependencia del Córdoba de los demás, lo que añade complejidad a su trayectoria. A más necesidad del resto, menos control de tu propio futuro. Y esto, además, en un club cada día más endogámico lo hace más vulnerable si cabe. El ejemplo más claro fue su salida el viernes de los puestos de descenso por el triunfo del Real Madrid, que gracias al empate de anoche ante el Levante lo mantendrá ahí, al menos, hasta el lunes que se juega el Deportivo-Elche. Se juega a la equis. Ayer, ante el equipo de Lucas Alcaraz, el Córdoba volvió de un plumazo a su realidad tras el orgasmo en San Mamés. Una limitación soporífera para dar soluciones en busca de una primera victoria que se le resiste en El Arcángel, aunque ya han pasado equipos asequibles como Levante o Deportivo, por ejemplo. Pocas veces, en las actuales circunstancias de debilidad (aún sin refuerzos que añadan competencia al grupo), el Córdoba se medirá a un adversario tan dispuesto a cederle el protagonismo, el balón y en ocasiones, porque también tiene lo justo para estar ahí en la pelea, los errores necesarios para superarlo en el marcador. Simplemente, Djukic se midió a Djukic y Lucas Alcaraz ejerció como antiguo anfitrión a una pelea de perfil bajo que, al menos, le valió para sumar un punto a domicilio. En Primera, los empates se festejan fuera de casa, pero nunca deberían servir como atenuantes ante su público, y esa fue la sensación que ofreció de nuevo el Córdoba, sobre todo en la segunda parte.

Y no es que el planteamiento fuera mucho más decidido viniendo de una victoria ante el Athletic. El técnico serbio jugó con la trampa de la ley no escrita de no mover lo que funciona para repetir el equipo de Bilbao, salvo el relevo obligado del lateral Crespo en lugar del sancionado Pinillos. Demasiadas reservas para después del descanso, como se vió, ante un rival de marcado carácter defensivo, el Levante, que llegó para contener y salir a la contra. El abecedario que le ha valido a Lucas Alcaraz para hacerse la carrera más dilatada de su profesión. Noventa minutos después, visto lo visto, dejar en casa fuera a Cartabia para meter un trivote a este rival fue cuanto menos inapropiado.

Pero luego llegan las contradicciones del fútbol, e igual que en Bilbao al Córdoba le salió un partido redondo, de nuevo teniendo muy en cuenta las particularidades del rival, ayer otro diametralmente distinto, resultó que la primera parte sin el hábil atacante argentino resultó la más interesante. Tanto es así, que sorprendió que fueran los laterales, sobre todo Campabadal, los más activos, enfrascados todos en una pelea cuerpo a cuerpo por los medios, y por ahí llegaran las ocasiones más claras de gol.

Sin embargo, con la acumulación de jugadores de más calidad tras el descanso, el fútbol dio su último giro caprichoso de tuerca y se vio la cara más soporífera de la realidad que viven ambos equipos: la necesidad de puntuar por encima de todas las cosas (al Córdoba, sin ir más lejos, le vale para sostenerse fuera del descenso). Desde muy pronto se vio que a ambos les valdría con el empate. Se impuso el miedo. Y como hasta ayer, a seguir mirando a los demás. No les quedará otra si no hay refuerzos.