Un sol radiante iluminó Sierra Nevada, blanca, impoluta, escondida entre las nubes, y le permitió pasear sin paraguas por el césped. El estadio vacío se cernía ante su sombra. Ayudado por sus muletas daba un paso, alzaba la vista hacia la inmensidad de aquellos tres graderíos de gris hormigón. Quizá los sentimientos se le agolparan y por su retina desfilaran aquellos años en los que estaba al frente de ese banquillo local. Si hubo espacio para la melancolía la atajó de un plumazo. Se metió en el vestuario y desapareció el rastro de Lucas Alcaraz. No regresó hasta que sus jugadores ya estaban sobre el campo saludando al rival.

Mientras, el tercer graderío de la preferencia fue tomando color; un color verde que mezclado con el blanco de las montañas que posaban a sus espaldas dibujaba la bandera blanquiverde. El rojo de los asientos se perdía entre la marabunta de los aficionados, y más de lo mismo en los banquillos. Apareció el ex cordobesista Rubén, chaqueta negra, camiseta gris, y compartió una charla con Alberto; a unos metros, Fuentes, en primera fila de la tribuna, dialogaba con Pierini. "He venido con un amigo".

Los chubasqueros se quedaron en los coches. Las agresiones, por desgracia, para algunos, no. El enfrentamiento de un sector radical con hinchas granadinos dejó cinco heridos. Seguramente, serían los mismos que durante el minuto de silencio se mostraron insolentes, irrespetuosos con un estadio solemne. Entre el silencio, se envalentonan para gritar lo que no saben discutir.

El derbi en las gradas fue más duro que en el césped. Más insultos al rival que piropos a los suyos. A las dos de la tarde, cuando solo ellos respiraban en Los Cármenes, los cánticos no latían. No fue Sierra Nevada lo que les dejó helados, sino un chileno con un trallazo desde la frontal.