El hombre, todo un personaje, parecía caminar sobre huevos. Claro que se sabía importante porque lo es su medio, The New York Times . Sí, el diario del fin del mundo tuvo a bien enviar al GP de Silverstone a su hombre en Inglaterra, John Fisher Burns (J. F. Burns en el papel) para entrevistar, como no, a Marc Márquez y meter la nariz a algo que, en su tiempo, le sonó propiedad de los norteamericanos (como casi todo) y australianos y que, de pronto, se da cuenta de que aquí solo ganan los mediterráneos, los latinos, los graciosos como Márquez, Tito Rabat y Alex Rins. De ahí que le preguntase a Valentino Rossi qué ocurría. "Es cosa de familias enteras", le dijo el gran Márquez antes de que respondiese el Doctor.

Son los españoles aguerridos, valientes y atrevidos como Marc Márquez, Jorge Lorenzo, Tito Rabat o los dos bravos Alex, Rins y Márquez, o viejos zorros italianos como Rossi o jovencitos cojos como Enea Bastianini, de 17 años, capaces de subirse al podio de Moto3 con el calcáneo derecho roto, los que dominan un deporte que antes hubiese hecho las delicias del apuesto J. F. Burns en sus crónicas.

Remontar la crisis

Y es que el valor se les supone a estos chicos por encima de sus cualidades, que son únicas. Ahí estaban los Alex peleando por la victoria en Moto3 y ahí estaba, eufórico, el joven Rabat, que vivió una crisis brutal cuando se le paró el reloj al llegar a Assen, y empezó a sumar derrota tras derrota al no subirse al podio en Holanda, Indianápolis y Brno. Y a pensar que perdería el tren del título.

Pero apretó los dientes, se machacó en el gimnasio, vivió duras sesiones con su psicóloga y, en los trazados de Brno y Silverstone, se volvió a elevar cual paloma hacia el firmamento de los dioses de la velocidad. "He hecho, sin duda, la mejor carrera de mi vida", contó Rabat al bajar del podio y aumentar su ventaja sobre el finlandés Mika Kallio a 17 puntos.