Entre la tristeza y la mentira. Lo primero es subsanable, aunque no sea fácil. Lo segundo es más complicado de gestionar. El Códoba más goleado en 60 años tiene claro que esta temporada luchará por no bajar a Segunda B, salvo un enero frenético -algo poco probable- o un cambio que nadie, ni siquiera dentro del club, atisba. Con Luis Carrión o sin él, este Córdoba debe resetear, recoger los restos tras el naufragio y, con ellos, intentar componer una barquita que lleve hasta puerto. Y como todos los equipos en Segunda División, por mucho que la planificación haya sido la opuesta, habrá que reconstruir desde la defensa. No sólo la línea, sino el sistema. De nada sirve hablar de fútbol, de juego, de intenciones, de objetivos si cada semana de trabajo se echa por tierra a los 20 minutos de cada encuentro. O a la media hora. Y para aspirar a ganar hay que empezar, al menos, a aspirar a empatar. Un guarismo, por cierto, que el Córdoba aún no ha registrado. Igual hay que plantearlo como la temporada del ascenso. A aquel Córdoba le achuchaba el descenso en una clasificación muy igualada y Ferrer llegó con una idea de juego, de combinación y otras películas. Los resultados no llegaron y sólo la espada de la destitución y el consejo de algunos del club le hicieron cambiar con aquel doble pivotazo (en parte, obligado) en Gijón y los dos goles de Pedro. Aquel Córdoba, de fútbol, poquito, pero de efectividad y consistencia, mucho. En los 10 últimos encuentros de Liga regular ganó seis y perdió uno solo.

Por eso, posiblemente sea el momento de reconstruir, olvidarse de mensajes lanzados en el pasado y emitidos en el presente para centrarse en lo único que realmente importa: la efectividad. Y si ésta llega, intentar crecer desde ahí. Lo que está claro es que este Córdoba no parece que haya estado trabajando casi tres meses en un sistema y eso habla mal de Carrión, sí, pero también de todos los que están dentro del vestuario.

Antes no se atisbó o, al menos, no se hizo con tanta claridad, pero las dos últimas derrotas, en Granada y la del pasado sábado, dejaron una imagen que profundiza en la crisis. Esa sensación de impotencia o incapacidad, que algunos, peligrosamente para el equipo, pueden confundir con apatía. Porque hay que recordar que, en la previa, Carrión exigió que si era verdad ese respaldo manifestado por los jugadores que lo demostraran «ganando» en Valladolid. Se puede también empatar y hasta perder, pero la imagen que transmitió este Córdoba no fue la de intentar competir, al menos, un punto. Y eso sobrepasa sistemas, tácticas o juego.

Lo cual entra directamente en otro aspecto a valorar. El mismo vestuario sabe que el club se mueve desde hace días, y como se informó aquí, en buscar un sustituto al técnico blanquiverde. Ya ha recibido alguna que otra negativa o «silencio administrativo», lo que ha abierto las expectativas a otras opciones. De hecho, la intención era ejecutar el relevo en caso de derrota en Valladolid, pero la imposibilidad de cerrar el acuerdo con un sustituto le ha dado algo de vida a Carrión. Ya le pasó en su momento a Oltra, que finalmente logró salvar el puesto y terminar la temporada, lo que deja a las claras que cuando desde el club se habla de «proyecto», en realidad, se refiere a «resultados» por mucha fe que se tenga en un entrenador o en una plantilla. De esa fe en la plantilla vienen los problemas de Carrión. El club (léase Carlos González) está convencido de que la plantilla es mejor que la de la pasada temporada. Entre otras cosas porque es el máximo responsable de su confección, por lo que entiende que debería tener mejores números y sobre todo mejor juego que la de la pasada.

Antes de aceptar ese posible error ha de apurar el relevo en el banquillo y, posteriormente, mirar a algunos elementos del vestuario. Eso dice la historia de anteriores temporadas que ha de ocurrir. Y el primer acto se vivió en el palco del José Zorrilla. Las formas, en ocasiones, son tan importantes como el fondo. Y tratar una destitución (que se sabe que no se producirá porque no hay relevo) a la vista de todos no es desagradable sólo para el técnico, sino para los propios aficionados. El sainete final, con González de corifeo y con micrófono en mano dentro del autobús, sólo deja a las claras que tan irresponsable es dejar que las cosas sigan su curso esperando que se arreglen solas (miren lo de ayer en Cataluña) como el excesivo intervencionismo, que se convierte entonces en una especie de chapapote. El regreso del autobús oficial se hizo a ritmo de blues, pero la tristeza hay que superarla desde ya.