Hubo un tiempo no muy lejanos en el que todos los especialistas en ciclismo tuvimos que realizar un curso acelerado de mínimos conocimientos en farmacología para estar al día y no sorprendernos con la aparición de productos y métodos que servían para mejorar el rendimiento --entiéndase pedaleando sobre una bici-apostando por el dopaje.

Descubrimos la EPO, aunque no corriera por nuestras venas, nos dijeron que la hormona del crecimiento era indetectable y nos enteramos que, aparte de periodistas y aficionados, por los alrededores de los hoteles donde pernoctaban los ciclistas en las principales carreras del año deambulaban unos sujetos que atravesaban media Europa haciendo de mensajeros y transportando en sus vehículos bolsas de sangre refrigeradas que luego se administraban los ciclistas amparados en el sigilo de la noche.

SUPIMOS QUE NOS ENGAÑABAN

Supimos que nos engañaban, a nosotros y, por supuesto, a los aficionados. Tuvimos que hacer guardia frente a cuarteles de la gendarmería en plena disputa del Tour, olvidándonos en alguna ocasión de la disputa deportiva de la etapa. Vimos a corredores sentados en la calzada, ciclistas que se negaban a competir porque los perseguía la policía como si fueran delincuentes.

Vimos horrores. Fuimos a juicios y, encima, hace ahora 11 años, una plácida tarde del mes de mayo se rompió al conocer que la Guardia Civil detenía a Eufemiano Fuentes y a Manolo Saiz en la cafetería de un hotel de Madrid. Así se iniciaba la operación Puerto (inacabada todavía ahora), un apasionante relato de los trapos sucios de este deporte.

LA COCINA DE UN HOTEL

Y para acabar de redondear la maravillosa y crítica situación hasta constatamos que la imagen de Lance Armstrong , siete veces sobre el podio de París, era falsa y que en vez de ganar el Tour tantos años de forma consecutiva había realizado un viaje a ninguna parte.

También nos plantamos en la puerta de un hotel de Pau por cuya cocina y con su jersey amarillo en la maleta huía de forma clandenstina Michael Rasmussen.

BLAS DE OTERO

Tuvimos que pasarnos una década tachando nombres en las clasificaciones generales del Tour, la Vuelta y el Giro y casi imitar al poeta Blas de Otero para escribir "aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron".

Por eso, ahora, que la principal polémica en la temporada ciclista 2017 sea sobre si es sexista o no que las azafatas entreguen premios en los podios, sobre si es apropiada su presencia, si hay que renovar o acabar con esa imagen, no deja de ser una bendición y una prueba de que los tiempos han cambio. Solo por eso, benditas sean las azafatas.