La Supercopa de España se escurrió definitivamente para el Barça. Lo nuclear del partido de vuelta en el Santiago Bernabéu era disipar las azoradas sensaciones de la ida, encarar sin abatimiento el inicio liguero y entrever cuanto menos que la ventaja futbolística del Real Madrid puede achicarse con alguna decisión afinada en la confección de la plantilla servida a Ernesto Valverde. Nada de eso ocurrió. La boca sigue seca. El desconcierto se prolonga. El Madrid apabulló en todas las dimensiones del juego. Victoria implacable (2-0) y título sobradamente merecido. Ni asomo de milagro. Para el Barça, es la puesta a punto más desapacible que se recuerda en mucho tiempo.

La fea deserción de Neymar ha descabalgado al jinete azulgrana, que no sabe por ahora cómo volver a subirse al caballo. El equipo se ha convertido en un reflejo de la directiva, aturdido y paralizado. No sabe si presionar arriba o quedarse atrás. No sabe moverse, no sabe combinar. Impotencia total. Valverde, que oye las balas sobre su cabeza en el fuego cruzado entre jugadores y directivos, propuso un realineamiento de las filas que no funcionó ni para tapar ni para crear. Una especie de 3-5-2 con tres centrales y, arriba, Messi y Suárez. Duró apenas 50 minutos la creación táctica. Hasta que entró Semedo por Piqué. La competición estaba ya resuelta.

UN MADRID COMO EL VIEJO BARÇA

La gran tragedia es que el Madrid se parece ahora más al Barça de los centrocampistas de la última década que el propio Barça. El del juego de la circulación y la posesión, del toque y el desmarque, de las ayudas cercanas y a la vez de los despliegues rápidos. Disputaron los jugadores de Zidane una primera parte vibrante, acompañados por una grada feliz por la idea y con ganas de sentirse víctimas de los árbitros. Feroz presión la suya.

Una grada encantada con Marco Asensio, que se regaló otro golazo de latigazo lejano, como en la ida, una folha seca que paralizó de nuevo a Ter Stegen. Asensio va camino de convertirse en el no fichaje azulgrana más caro de esta época. Los cuatro millones escatimados saldrán a la palestra ante cada despliegue de habilidad y fulgor del mallorquín, y tiene pinta de que habrá bastantes en los próximos años. Benzema puso el remate definitivo al revolverse insultantemente cómodo en el área pequeña.

Valverde tiene ante sí una pendiente muy pronunicada nada más empezar. Necesitará de determinación por parte del club, que debe aprestarse a cerrar los fichajes de Coutinho y Dembelé. El equipo requiere de más recursos. Ninguno de los futbolistas que el curso pasado generaban más exasperación apuntan a que revertirán su situación. Léase, por ejemplo, a André Gomes. Y encima ya sin Neymar.

En un clima social propenso ahora mismo al ajuste de cuentas, Coutinho y Dembelé pueden ser además dos mantas para cubrir unas llamas que amenazan incendio. Se da por descontado que del dinero de Neymar no quedará ni un céntimo. Pero la situación parece crítica. Y más al ver deambular cabizbajo, mirándose la punta de las botas, a Messi tras los dos goles madridistas. Solo faltaría que a la indignación social se uniera la del crack argentino.