El caso de Emanuel Balbo, el hincha de un modesto club argentino que murió el pasado lunes tras ser golpeado y arrojado desde las gradas del estadio Mario Alberto Kempes, en la provincia de Córdoba, encontró una modesta resolución policial que quizá sea la única si se tiene en cuenta el estado miserable del fútbol argentino. Un grupo de uniformados detuvo al hombre acusado de robarle las zapatillas cuando estaba a punto de dejar de respirar por los efectos de la conmoción cerebral. Hugo Acevedo, de 40 años, fue imputado por "hurto calamitoso".

Como están las cosas, el ladrón de calzado puede ser quizá el único responsable de un hecho que ya se ha repetido 318 veces desde 1922: los nombres y las circunstancias cambian, pero la violencia se muestra imperturbable a los gritos de dolor y muerte, es un quiste social y político que convierte al deporte más popular en un lugar donde labarbarie no deja de acechar.

LA FRONTERA DEL ESTUPOR

Siempre se dice que se llegó a un límite, pero la frontera del estupor avanza una y otra vez. Nadie puede prometer que a otro hincha no le ocurrirá lo mismo que a Balbo, el joven al que mataron los hinchas deBelgrano, el mismo equipo de sus amores. Además del ratero de alpargatas, han sido detenidas cinco personas por lo que le ocurrió a Balbo. Hicieron lo que hicieron porque tenían delante de sus ojos a un "infiltrado", un "enemigo" que debía haber estado en la otra tribuna, la de Talleres. Una de esas personas bajo arresto, Óscar Gómez, ha sido acusada de haber instigado este crimen de múltiples aristas.

Mientras el joven yacía en una grada se puso en escena un ritual espeluznante. Decenas de hinchas de Belgrano, despreocupados por la suerte del cuerpo inerte y descalzo, empezaron a cantar a su alrededor, "el que no salta es de la T...", por los rivales. Ese breve momento reveló una fuerza macabra de tal proporción que, días más tarde, los jugadores de Talleres e Independiente pisaron avergonzados el césped del mismo estadio, acompañados esta vez por los de Belgrano. Llevaban una bandera: "No somos enemigos". Juntos le dejaron un mensaje a las tribunas. "Hay que honrar la vida... Estamos tristes por lo ocurrido, por eso queremos pedirles hacer un esfuerzo extraordinario".

UNA FEDERACIÓN EN LA RUINA

Después de que Pablo Guiñazú, el capitán de Talleres, terminara de leer, arreciaron nuevamente los cantos y pitidos. "Pirata putos", empezaron a gritar, en referencia a los de Belgrano. "[Juan] Quiroga asesino", se escuchó también, en alusión al defensor de ese equipo que el sábado le había roto los dientes de un codazo a Sebastián Palacios, de Talleres. Y algo peor: apenas dos horas antes del partido, la grada donde había caído Balbo exhibía aún las manchas de sangre de su cuerpo. Tuvieron que ser borradas apresuradamente.

Córdoba no escapa a la lógica del fútbol que exhibe en Europa a sus mejores jugadores, pero tiene una federación casi en la ruina, dirigentes impresentables y una liga que se atrasó en comenzar por la huelga de los jugadores. Los que mataron a Balbo, ha señalado Ezequiel Fernández Moores, el más agudo analista de los fenómenos deportivos, no eran capos. "Tampoco lo eran los que quisieron linchar a Emanuel cuando agonizaba. Lo que sucedió fue algo más profundo que el fenómeno barra. Algo que, tal vez, tampoco se puede explicar solo con el fútbol. Porque otros, con y sin uniforme, linchan en la calle. Y muchos otros linchan en la web. Uno odia. Y miles lo siguen".

UNA BENGALA MORTAL EN 1983

Esto no es nuevo ni fruto de las redes sociales. Fernández Moores recuerda lo que ocurrió en agosto de 1983, cuando agonizaba la última dictadura militar. Roberto Basile tenía 26 años y pasión por el Racing Club. Esa noche, fue al estadio del Boca Juniors. Se sentó en la grada a esperar el partido. Desde la tribuna local dispararon una bengala marina que cegó su vida. Ese fue el muerto número 94 en la historia del fútbol. Tres hinchas del Boca fueron condenados por homicidio pero sin prisión efectiva. A lo largo de los años, la barra brava boquense le puso letra y música a ese asesinato. Lo convirtió en una celebración de sus propios atributos. Años más tarde, se arrojó gas mostaza en un partido contra River Plate y no pasó nada.

Las barras bravas son el fruto de una relación oscura a tres bandas que también integran los dirigentes de los clubs y sectores policiales. Se manejan con impunidad y adquieren un protagonismo que exceden al fútbol para introducirse en la política y ciertos delitos.

Hace años que Pablo Alabarces intenta arrojar luz sobre ese mundo. Autor de 'Crónicas del aguante', 'Fútbol y patria: la crisis de la representación de lo nacional en el fútbol argentino' y 'Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los medios', Alabarces sostiene que el accionar de esos hinchas que pueden naturalizar un hecho como el que ahora conmueve al país son arte y parte de lo que denomina la 'cultura del aguante'. Tener 'aguante' es defender al club, su camiseta y emblemas, el mismo territorio. Si esos símbolos son agredidos u objeto de mofa, hay que recurrir a la violencia física. "Eso es un mandato. Entonces la violencia no es excepcional, es obligatoria, es el código de ese contexto. En ese sentido, las barras bravas son violentas porque deben, no porque quieren".

La violencia, declaró a este diario, no es posible frenarla con políticas punitivas sino a través de cambios culturales. Y esto debería involucrar a jugadores, dirigentes, socios y, también, a esos hinchas. Alabarces no es optimista. Se pregunta cómo llevar adelante esa transformación cuando el actual presidente argentino, Mauricio Macri, "fue el líder de la barra brava de Boca Juniors durante 12 años", el tiempo en que manejó el club más popular de este país.