La realidad del Córdoba es ésta: a partir de la próxima semana, ante el UCAM, el equipo -todavía- de Carrión luchará, como mínimo durante los próximos meses, por no descender a Segunda División B. El disfraz con el que intentó vestir el club a la plantilla el pasado verano se ha descolorido progresivamente, va descosiéndose poco a poco, mostrando más y más jirones y enseñando todas sus vergüenzas, algunas de ellas incluso difíciles de adivinar hace apenas semanas. Aquello de la plantilla para ascender a Primera o que cada año en Segunda «es un fracaso» puede tener, si no se remedia en los próximos días, una interpretación dolorosamente irónica. Y no será porque no se han mandado mensajes desde todos los ámbitos.

No sólo desde la opinión de algunos, muchos más en las últimas semanas, sino que también los enviaba el propio equipo. Pero había que seguir insistiendo en que era seda lo que se veía que no pasaba de percal, que sólo había que cambiar de piloto para que el bólido deslumbrara, que la plantilla era prácticamente inmejorable como bien confirmaban los dos entrenadores que han pasado y -se supone, porque no ha hablado públicamente- el director deportivo... Cualquier cosa ha valido, cualquier realidad paralela era factible antes que admitir la verdad. El problema no radica en sostenella y no enmendalla, porque siempre habrá quien quiera creer lo que desea -más, si se habla de aficionados con un sentimiento por unos colores-, no. El atranque llega cuando no puedes mantener esa falsa fachada ante la propia competición, cuando la Liga te enseña la verdad y ya te abandona, incluso, la razón del poderoso.

Mientras, el equipo se convierte en una metáfora del club y su política desde el descenso de Primera, porque esto arranca desde hace ya tiempo. Un Córdoba que mientras tiene algo de piernas logra al menos aparentar que nivela, que discute un encuentro, aunque sólo tenga una ocasión, y a balón parado, para ir mostrando paulatinamente su realidad, ir perdiendo fuelle, errando en los pases para conceder una y otra contra hasta que finalmente un rival, más competitivo que tú, con más capacidad física que tú y -ojo- con más canteranos que tú termine superándote sin hacer nada del otro mundo, con un golpe de suerte y con tranquilidad, ya que no tienes ni capacidad de reacción. En definitiva, que durante media hora sólo has tenido apariencia.

El Tenerife es un equipo que se siente cómodo sin balón. Lo ha demostrado durante toda la temporada. No necesita mediocentros de excelso nivel creativo. De hecho, uno de ellos es tan lento como algún defensa blanquiverde. De ahí que centre su trabajo en intentar robar en la medular para que sus medias puntas generen problemas con su velocidad o, en su defecto, si roba en defensa, tire de balón largo, la mayoría de ellos pegados a la línea de cal.

Así que el Córdoba se quedó con el balón, no manejó del todo mal y fue -de nuevo la palabra- aparente. Eso sí, ocasiones en área, nada. Todo lo centró en buscar saques de esquina. Una decena en la primera mitad. Y de ahí salió la única ocasión, que salvó bajo palos Aarón Ñíguez. A partir del minuto 30 los pases empezaron a no ser tan precisos, la profundidad mermó y el Tenerife apareció. La cantidad de balones perdidos por los blanquiverdes fue escandalosa. Y en apenas 15 minutos los chicharreros generaron cinco ocasiones, la mayoría claras, que se toparon casi siempre con un Kieszek que, visto lo visto después, evitó una goleada.

El resuello tomado en el descanso no se notó en el inicio del segundo tiempo. Cierto que el Córdoba continuaba con la misma intención de tener el balón, pero no llegó, tan siquiera, al nivel de los inicios del partido. Ni apariencia le quedaba ya al equipo de Carrión. Y la cosa se ponía peor, porque el Tenerife mostraba intenciones de ser más vertical, de buscar las carreras de Aarón, Suso y, sobre todo, de Amath. El senegalés se tiró media hora de la segunda mitad probando su punta de velocidad con todo lo que vistiera de fosforito y, por su parte, Suso hizo mucho daño en línea de tres cuartos, entre el lateral y el central. Con los cambios de unos y otros pareció que mientras los de Carrión empezaban ya a pensar en no perder, los de Martí aceleraban a por los tres puntos.

Tampoco tuvo suerte el Córdoba. Podría hablarse de falta de concentración o de la enésima decisión errónea tomada, pero es indudable que el Córdoba no tuvo suerte en el primer gol encajado, obra de Choco Lozano. Igual de cierto, también, que los de Carrión no tuvieron capacidad de reacción, confirmando así la cuesta abajo que siempre marca el equipo en los segundos tiempos, sobre todo.

Los hombres de refresco no se notaron absolutamente nada. Y, ojo, que eran Alfaro, Piovaccari y Javi Lara. Mientras, los cambios locales servían para profundizar en ese concepto de Martí de cerrar al máximo atrás y correr arriba. Quizá lo más dramático, por la forma, fue el segundo gol. Un pase largo para una contra desde -casi- la frontal del área chicharrera tenía como objetivo a Amath, eliminando así a muchos rivales visitantes. El balón le dio en el talón al senegalés, tuvo que detenerse, recogerlo y retomar la carrera. Nadie llegó. Así que dio el pase a la espalda de una estática -de nuevo- defensa cordobesista para que Omar sentenciara.

La realidad, de nuevo, le da en la cara no ya a este Córdoba, sino al propio club, que podrá seguir montando escudos con mensajes para que otros asuman una responsabilidad que no manejan. Argucia que nunca ha colado. En cualquier caso, esas falsas apariencias no funcionan con la Liga, que ha colocado a este Córdoba a un partido del descenso.