Escribo esta columna con más retraso del que acostumbro, pues otros títulos de permanencia más fugaz en cartelera requerían la atención. A veces, no viene mal dejar pasar el tiempo y que los recuerdos afloren, permitiendo así que la huella de lo visto sea lo que predomine en el texto. Y qué ha permanecido en la memoria, qué ha prevalecido sobre sustos y efectos especiales propios del género… Pues algo tan sencillo como unas cuantas canciones, porque pocas veces la música de Héroes del Silencio ha sonado tan bien acompañando imágenes, la mirada de Ana Torrent, que a través de los años nos llega -desde que la viéramos como niña en El espíritu de la colmena de Víctor Érice o en Cría cuervos de Carlos Saura, todo un homenaje este- y ahora como una madre desesperada, viuda, que no puede estar junto a sus vástagos porque ha de atender el bar donde trabaja. Y, desde luego, la interpretación de la joven actriz protagonista Sandra Escacena, que da vida a la adolescente y primogénita de la familia mientras cuida de su hermana menor y el más pequeño, sustituyendo a la madre ausente.

El relato que filma Paco Plaza (creador, junto a Jaume Balagueró, de la saga REC y otros títulos pertenecientes al género de terror que combina en su filmografía con documentales musicales) está basado en hechos reales, concretamente, en una historia sucedida en el barrio madrileño de Vallecas durante los años 90, cuando tras hacer un juego de ouija junto a unas amigas, una chica es asediada por presencias sobrenaturales amenazantes. La represión religiosa, el fantasma del padre y el proceso de cambio cuando la niña se transforma en mujer están muy presentes en esta producción que podría haber sido material para un programa televisivo sobre lo paranormal y que este cineasta ha transformado en un interesante filme que da una vuelta de tuerca al género, apresando no solo a los personajes sino también al espectador en esta claustrofóbica pesadilla, inquietando lo suficiente como para quedar perturbado después del visionado.