A pesar de sus trastadas y diabluras, los buenos de Zipi y Zape jamás recibieron una bofetada de su autoritario progenitor, don Pantuflo Zapatilla, catedrático de Numismática, Filatelia y Colombofilia. Pero no se salvaron de acabar en el «cuarto de los ratones», de esquivar una linotipia o una locomotora, de ser emparedados, atados a la vía del tren o a un barril de dinamita a punto de estallar... ni de todo un repertorio de crueles y desproporcionados castigos aplicados por ese estricto padre, que alterna el chaqué con la bata y las pantuflas y que en el fondo solo quiere educar a sus traviesos gemelos. Muchos de los jóvenes espectadores que disfruten de la nueva entrega cinematográfica del rubio Zipi y el moreno Zape, La isla del Capitán, dirigida por Oskar Santos, puede que no sepan que los tebeísticos hijos del histórico dibujante de Bruguera Josep Escobar (Barcelona 1908-1994) hicieron su aparición oficial en 1948, hace ya 68 años, en la revista Pulgarcito.

Para crearlos, Escobar, padre también de Carpanta y Petra, criada para todo, se inspiró en otra pareja de revoltosos y tremendos hermanos, nada inocentes y rebosantes de humor negro, nacidos en Alemania en 1865 de la mano de Wilhelm Busch: Max y Moritz. Pero el dibujante catalán optó por unos niños menos malos, en realidad por dos almas cándidas, obedientes y con buenas intenciones que, aunque intentaban siempre obedecer al padre, seguir sus consejos y hacer buenas obras, no solían salir precisamente airosos.

Zipi y Zape «iluminaron el panorama del cómic» y supusieron «una transfusión de comicidad, de hilaridad, de gracia y salero», opina el creador de Mortadelo y Filemón, Francisco Ibáñez, en el prólogo del álbum Super Humor 14 Lo mejor de Zipi y Zape (ahora reeditado por Ediciones B). En palabras de Escobar: «Quería reflejar los problemas de los propios niños, de los que iban a ser lectores de Zipi y Zape. Creo que es uno de los méritos de los gemelos, tocar temas que preocupan a los chavales y con los que ellos se sienten identificados: la escuela, el maestro, los compañeros, las notas, los padres...».

Para Pantuflo Zapatilla -quien en historietas previas se llamó Raguncio Feldespato y castigaba a Zipi y Zape en la «sala de los tormentos»-, Escobar pensó en los padres autoritarios e inflexibles de los años 20 y 30 que daban a sus hijos una educación decimonónica; pero le imprimió un carácter más benigno. De hecho, la censura franquista, con su decreto de 1956 sobre publicaciones infantiles, acabó por suavizar los castigos. La madre, doña Jaimita, con jersey rojo y falda negra, se limitaba a ser una ama de casa que obedecía siempre al marido. Aparecieron en casi todas las revistas de Bruguera y, tras 10.000 páginas, al morir Escobar, Juan Carlos Ramis y Joaquín Cera continuaron la serie ocho aventuras más. H